viernes, 1 de febrero de 2013

LA IMAGEN DE PIEDRA



Enfado

         Teneladin pasaba mucho rato en el cobertizo. ¿Es que no tenía nada que hacer? Decía que le gustaba ver al escultor dando forma a las piedras, pero Herein sospechaba  que lo que quería era llamar la atención. Y lo cierto era que lo conseguía.
         El griego parecía saber exactamente donde tenía que golpear para que la piedra se rompiese como él quería.
         Antes había hecho una figurita de arcilla, un modelo de lo que sería la escultura. Herein se burlaba.
         -Esta figurita es tu gran obra? Pero si es más pequeña que Tesa.
         -Esto es solo un modelo –decía el escultor-. ¿Quién es Tesa?
         -Era mi muñeca.
         Volvían los recuerdos. Las piernas forradas de hierro, la sangre en el suelo. Prefería no revivir aquello. Mejor chinchar al griego.
         -¿Qué tal está Neitin?
         Agilas sonrió a medias y, mientras miraba con ojo crítico el bloque de piedra, preguntó a su vez:
         -¿Es verdad que vas a prometerte con Gudur de los Lobos?
         -¿Quién te ha dicho eso?
         -Es un joven fuerte –siguió el griego sin dejar de sonreír-. Puede que sea un buen esposo.

         -Te lo ha dicho Teneladin, ¿verdad? Esa chismosa… ya verás cuando venga. Porque seguro que hoy viene. Se pasa aquí más tiempo que en su casa. Es más charlatana que un mercader griego. Chismosa, chismosa, chismosa. No sé porqué sigue siendo amiga mía.
         -Estás muy guapa cuando te enfadas. Más que de costumbre, que ya es mucho.
         Eso le gustaba. De todos modos…
         -Si, ya, pero seguro que también le dices esas cosas a Teneladin. Y la miras mucho. Y vives con la viuda Neitin y también le dirás que es muy guapa.
         -Se las digo –admitió el griego sonriendo abiertamente-, pero mi preferida eres tú.
         Herein sintió algo así como cosquillas en el estómago. Pero se le pasaron pronto. Teneladin entró en ese momento. Pero ¿es que no tenía otra cosa que hacer? Y, encima, con ese vestido de corte griego. Desde luego, era cada vez más descarada. ¿A qué tenía que venir con los hombros al aire? Si parecía que el vestido podía caerse al suelo de un momento a otro. Ya le gustaría al griego que se cayese aquel trapo. Porque eso no era un vestido. Era un trapo. Muy bonito, eso sí, pero un trapo.  Y, además, con esos cortes a los lados que enseñaban las piernas a cada paso.
         El griego la miraba, naturalmente, aunque Herein pensaba que, más que mirarla, la estaba recorriendo de arriba abajo. Y daba la impresión de a Teneladin no le molestaba ese repaso.
         Le vinieron a la cabeza las palabras de Muruma.
         -No deberías ir tanto con esa amiga tuya, niña Herein. Se ha hecho muy descarada y muy suelta.
         Muruma lo había dicho varias veces.
         -Si continúa así, terminará montándola cualquiera, si es que no la han hecho ya.
         Herein pensaba que sí, que probablemente Muruma tenía razón, pero eso ahora importaba poco. O quizá no tan poco porque Teneladin estaba ahí delante, exhibiéndose delante del griego con los hombros y las piernas al aire. Y él la miraba como un tonto. ¿Cómo podía ser tan tonto?

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