Enfado
Teneladin pasaba mucho rato en el
cobertizo. ¿Es que no tenía nada que hacer? Decía que le gustaba ver al
escultor dando forma a las piedras, pero Herein sospechaba que lo que quería era llamar la atención. Y
lo cierto era que lo conseguía.
El griego parecía saber exactamente
donde tenía que golpear para que la piedra se rompiese como él quería.
Antes había hecho una figurita de
arcilla, un modelo de lo que sería la escultura. Herein se burlaba.
-Esta figurita es tu gran obra? Pero si
es más pequeña que Tesa.
-Esto es solo un modelo –decía el
escultor-. ¿Quién es Tesa?
-Era mi muñeca.
Volvían los recuerdos. Las piernas
forradas de hierro, la sangre en el suelo. Prefería no revivir aquello. Mejor
chinchar al griego.
-¿Qué tal está Neitin?
Agilas sonrió a medias y, mientras
miraba con ojo crítico el bloque de piedra, preguntó a su vez:
-¿Es verdad que vas a prometerte con
Gudur de los Lobos?
-¿Quién te ha dicho eso?
-Es un joven fuerte –siguió el griego
sin dejar de sonreír-. Puede que sea un buen esposo.
-Te lo ha dicho Teneladin, ¿verdad? Esa
chismosa… ya verás cuando venga. Porque seguro que hoy viene. Se pasa aquí más
tiempo que en su casa. Es más charlatana que un mercader griego. Chismosa,
chismosa, chismosa. No sé porqué sigue siendo amiga mía.
-Estás muy guapa cuando te enfadas. Más
que de costumbre, que ya es mucho.
Eso le gustaba. De todos modos…
-Si, ya, pero seguro que también le
dices esas cosas a Teneladin. Y la miras mucho. Y vives con la viuda Neitin y
también le dirás que es muy guapa.
-Se las digo –admitió el griego
sonriendo abiertamente-, pero mi preferida eres tú.
Herein sintió algo así como cosquillas
en el estómago. Pero se le pasaron pronto. Teneladin entró en ese momento. Pero
¿es que no tenía otra cosa que hacer? Y, encima, con ese vestido de corte
griego. Desde luego, era cada vez más descarada. ¿A qué tenía que venir con los
hombros al aire? Si parecía que el vestido podía caerse al suelo de un momento
a otro. Ya le gustaría al griego que se cayese aquel trapo. Porque eso no era
un vestido. Era un trapo. Muy bonito, eso sí, pero un trapo. Y, además, con esos cortes a los lados que
enseñaban las piernas a cada paso.
El griego la miraba, naturalmente,
aunque Herein pensaba que, más que mirarla, la estaba recorriendo de arriba
abajo. Y daba la impresión de a Teneladin no le molestaba ese repaso.
Le vinieron a la cabeza las palabras de
Muruma.
-No deberías ir tanto con esa amiga
tuya, niña Herein. Se ha hecho muy descarada y muy suelta.
Muruma lo había dicho varias veces.
-Si continúa así, terminará montándola
cualquiera, si es que no la han hecho ya.
Herein pensaba que sí, que probablemente
Muruma tenía razón, pero eso ahora importaba poco. O quizá no tan poco porque
Teneladin estaba ahí delante, exhibiéndose delante del griego con los hombros y
las piernas al aire. Y él la miraba como un tonto. ¿Cómo podía ser tan tonto?
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