miércoles, 23 de febrero de 2011

Cajas de guerra

CAPÍTULO I

Retorno


No era ni media mañana cuando María del Carmen abrió los ojos. Además de tener el sueño bastante ligero, notaba un poco de frío a pesar de las tres mantas con que se cubría. Terminó de despertarse cuando vio que Lapiedra estaba ya completamente vestido y miraba por la ventana abierta. De ahí el frío, claro. La moza, no tan moza en realidad porque se acercaba ya a la treintena, se preguntaba qué motivo tan importante habría tenido Lapiedra para levantarse de la cama, con lo bien que se estaba debajo de las mantas, y ponerse a mirar por la ventana. Y, encima, con la ventana abierta. Pero si ahí fuera no había nada que aquel hombre no conociese de memoria y, además, tampoco era la cosa tan bonita de ver. Allá enfrente, a unas pocas cuerdas, la torre; entre la taberna y la torre, las casas de los pescadores; más allá, la sierra. Al otro lado estaba la playa y el mar, pero tampoco María del Carmen, que veía aquello todos los santos días, creía que fuese tan interesante como para levantarse antes de mediodía y abrir la ventana de par en par. Y menos aún con el frío que hacía.

jueves, 17 de febrero de 2011

Días de salsa china I.a

Conferencia y terraza

Hacía buena temperatura, nada raro en verano, y Cardo fue a buscar a Marola. Aparcó donde pudo y fue hacia la plaza que le habían indicado.
Un rato antes, Cardo había llamado a Nereida. Es que no tenía el teléfono de Marola.
-¿Qué hacéis?
-Nada –respondió Nereida-. ¿Quieres hablar con mi hermana?
-Me gustaría.
Se puso Marola. Estaba preparándose para ir a una conferencia sobre el Románico.
-¿Puedo ir? –preguntó Cardo.
-¿Te interesa el Románico?
-Bueno...
-Pues vas a tener que darte prisa. La conferencia empieza en quince minutos.
-Voy para allá. Llego en diez minutos. ¿Dónde es?
-No lo vas a encontrar. Mejor te espero en… ¿Sabes dónde está el Ayuntamiento?
-Lo encuentro.
-Te espero a la puerta.

sábado, 12 de febrero de 2011

Días de salsa china I

MAROLA


Verano de mucho calor

Mediaba la tarde de un agosto agobiante, como todos los agostos en estos lugares.
Días de fiesta mayor y la plaza bullía a medias. Las palmeras dan poca sombra.
El mercadillo ofrecía abalorios, artesanía, reproducciones más o menos acertadas de piezas arqueológicas, recuerdos de la ciudad, algo de bebida y libros. Los mercaderes, ataviados con algo parecido a túnicas y capas, se esforzaban con diferente fortuna en darle a aquello un aire de foro romano o de ágora griega. Claro que las gafas, en más de uno absolutamente necesarias, algún reloj despistado y el propio aire festivo del acontecimiento, a lo que no era completamente ajeno aquel mejunje de vino y miel, restaban bastante crédito al acto. Tampoco importaba tanto, decían los menos rigoristas. Al fin y al cabo eran fiestas.
Marola, pantalón vaquero y el pelo muy negro y muy corto, miraba hacia todas partes. Más que acompañarla, la escoltaba un gigante moreno de aire tranquilo, como todos los grandullones. Tal vez no era tan gigante, pero lo parecía al lado de Marola. Junto a ella iba su hermana Nereida. Parecía ir buscando algo.