sábado, 12 de febrero de 2011

Días de salsa china I

MAROLA


Verano de mucho calor

Mediaba la tarde de un agosto agobiante, como todos los agostos en estos lugares.
Días de fiesta mayor y la plaza bullía a medias. Las palmeras dan poca sombra.
El mercadillo ofrecía abalorios, artesanía, reproducciones más o menos acertadas de piezas arqueológicas, recuerdos de la ciudad, algo de bebida y libros. Los mercaderes, ataviados con algo parecido a túnicas y capas, se esforzaban con diferente fortuna en darle a aquello un aire de foro romano o de ágora griega. Claro que las gafas, en más de uno absolutamente necesarias, algún reloj despistado y el propio aire festivo del acontecimiento, a lo que no era completamente ajeno aquel mejunje de vino y miel, restaban bastante crédito al acto. Tampoco importaba tanto, decían los menos rigoristas. Al fin y al cabo eran fiestas.
Marola, pantalón vaquero y el pelo muy negro y muy corto, miraba hacia todas partes. Más que acompañarla, la escoltaba un gigante moreno de aire tranquilo, como todos los grandullones. Tal vez no era tan gigante, pero lo parecía al lado de Marola. Junto a ella iba su hermana Nereida. Parecía ir buscando algo.
Recorrieron el mercadillo muy rápido, tampoco había tanto para ver, y se detuvieron en el puesto de los libros. Nereida señaló uno.
-Este –dijo.
-¿Lo quieres? –preguntó Marola mientras su hermana ojeaba el volumen.
Dudó un poco, pero finalmente acabó con el libro bajo el brazo.
Aún dieron un par de vueltas más. Nereida seguía buscando.
En una de las entradas a la plaza, cerca precisamente del puesto de los libros, estaba Cardo.
“Es él”, pensó Marola. No sabía cómo, pero estaba segura.
-Ese es –dijo Nereida un instante después.
Marola, Nereida y el gigante se acercaron. Cardo parecía contento y les invitó a una terraza cercana. Algo fresco para rematar la tarde para todos menos para él. Café bien negro y bien caliente y agua con gas.
-Mira. Tengo tu libro –dijo Nereida.
Cardo lo firmó. La dedicatoria era exclusivamente para Nereida.
-Bueno –murmuró Marola con un casi imperceptible punto resignado-. Lo he pagado yo.
No había sido tan bajo como para que Cardo no lo oyese. Fue de nuevo al puesto de libros y volvió con otro ejemplar. Fijó la mirada en Marola y escribió: “Para Marola, con el deseo de que esto sea el principio”. Ella se resistió un poco, pero terminó por aceptar. No había por qué ser descortés y la dedicatoria le había gustado.
Se marcharon prometiendo volver. Cardo estrenaba una obra de teatro. Vendrían a verla.

Un trajín enorme. Una obra de teatro es un auténtico follón.
Cardo había pasado el día tratando de no pensar más que en el espectáculo, pero no acababa de poder.
Preparativos. Tenerlo todo dispuesto. Pero ¿es que se podía? Entre decorados, maquillaje y vestuario, la cabeza se le iba cada muy poco a unos días atrás. Recordaba la conversación con Nereida.
-Mi hermana sí que te gustará –decía ella.
Cardo bebía café y preguntaba:
-¿Tienes una hermana?
-Tengo una hermana muy guapa.
Vino la protagonista. Faltaban imperdibles.
Cardo fumaba un cigarrillo tras otro y pensaba que Marola era guapa, atractiva y, seguramente muchas más cosas. Tenía el mismo aire de avispa que su hermana, pero un poco menos.
Se acercó el de la iluminación. Había que colocar los focos.
Cercana la hora, andaba de un lado a otro, puesto de chaqueta y corbata, tratando de mantener la calma y poner algo de orden. Poco a poco, todo fue colocándose en su sitio.
Marola, falda larga y chal ligero por si refresca, llegó con Nereida. El gigante y el novio de la hermana estaban aparcando. Cardo se desentendió de los preparativos. Al fin y al cabo, no se podía hacer más. El tiempo que quedaba lo dedicó a Marola. A su hermana y a los otros dos también, pero sobre todo a Marola.
Aplausos a rabiar después de casi una hora y media de carcajadas. Cardo estaba más que satisfecho y respiraba al fin. Felicitaciones, más felicitaciones y aún más felicitaciones.
Marola tenía una sensación curiosa. Era una mezcla de varias cosas raras. Se sentía extrañamente orgullosa, contenta.
Hacía ya un buen rato que habían regresado y recordaba la conversación después de la obra de teatro. Eran varios en la mesa, cierto, pero tenía la impresión de que Cardo le hablaba sólo a ella. Luego se fueron de fiesta a la barraca municipal. Él había dicho que estaba cansado, pero a lo mejor se dejaba caer por allí. Y Marola se pasó las horas mirando hacia todos lados.
-¿A quién buscas? –le preguntaba el escolta gigante.
-A nadie –respondía ella.
Al cabo de un rato su casi cuñado le dijo:
-No va a venir. Estaba con esa chica. Se habrán ido a celebrarlo.
Cardo había querido ir, pero estaba muy cansado. Todos estaban muy cansados y nadie más quería ir a la barraca.
Estaba cansado, pero no dormía. Se preguntaba si habría algo entre Marola y su escolta gigante. Todo apuntaba a que sí. Y si no lo había, el gigante quería que lo hubiese. Bien que había estado marcando el territorio.
Era guapa, si, pero no se lo pareció tanto como dijo su hermana. Pasión de hermana, por supuesto. Sin embargo le gustó mucho más de lo que había predicho su hermana. Era, simple y llanamente, fascinante.
Y se durmió finalmente pensando en el modo de volver a verla.

M.V. Segarra. Marzo 2010

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