jueves, 17 de febrero de 2011

Días de salsa china I.a

Conferencia y terraza

Hacía buena temperatura, nada raro en verano, y Cardo fue a buscar a Marola. Aparcó donde pudo y fue hacia la plaza que le habían indicado.
Un rato antes, Cardo había llamado a Nereida. Es que no tenía el teléfono de Marola.
-¿Qué hacéis?
-Nada –respondió Nereida-. ¿Quieres hablar con mi hermana?
-Me gustaría.
Se puso Marola. Estaba preparándose para ir a una conferencia sobre el Románico.
-¿Puedo ir? –preguntó Cardo.
-¿Te interesa el Románico?
-Bueno...
-Pues vas a tener que darte prisa. La conferencia empieza en quince minutos.
-Voy para allá. Llego en diez minutos. ¿Dónde es?
-No lo vas a encontrar. Mejor te espero en… ¿Sabes dónde está el Ayuntamiento?
-Lo encuentro.
-Te espero a la puerta.
Lo de llegar a tiempo era una bravata, por supuesto. Entre coger el coche, salir, hacer los diez kilómetros de recorrido y aparcar… Bueno, algo más de veinte minutos. De cualquier modo, tarde.
Pero a la puerta del Ayuntamiento estaba Marola acompañada de Nereida y del novio de aquella.
-Nos hemos perdido la conferencia por tu culpa –dijo Nereida que siempre estaba dispuesta a cascar a Cardo.
Marola dijo que la conferencia no era tan importante, pero, por aquello de compensar, Cardo propuso invitarles a una terraza.
Se fueron en el coche de Cardo y Nereida seguía metiéndose con él. Le decía que se comprase uno nuevo. Cardo replicaba que si, que mañana lo compraba.
Pasaron un buen rato en la terraza. Hablaron de todo, como corresponde, porque aún estaba todo por conocer. Nereida preguntaba a Cardo si se había enamorado alguna vez y él respondía que el amor sólo existe en la imaginación.
-Lo que llamáis amor no es más que un sentimiento de posesión –decía Cardo-. El amor tiene que ser generoso y la posesión no es generosa en absoluto. Son sentimientos totalmente opuestos.
Nereida no se rendía. Le peguntaba a su novio por sus sentimientos, pero aquel prefería no meterse demasiado en la conversación. Ella argumentaba y discutía. A veces se enfurruñaba un poco.
-Sois los dos iguales –decía Marola.
Se sentía feliz porque Cardo y Nereida se llevaban bien. Discutían a la mínima, pero es que los dos eran muy puñeteros. De todos modos, a Marola le gustaba que Cardo se llevase bien con su hermana. Para ella, Nereida era la persona más importante de su vida y empezaba a darse cuenta de que Cardo podía ser muy importante también.
Aún estaban discutiendo. Sonaba la música y Cardo, en un arranque de no se sabe muy bien qué, dijo a Nereida:
-Vamos a bailar.
-¿Estás loco? Ni hablar.
Lo cierto es que la terraza de una cafetería no parecía el lugar más adecuado, pero es que a Cardo le daban esos puntos de vez en cuando.
-Pues baila tú conmigo –le pedía a Marola.
Marola se negaba también. Le daba un poco de vergüenza y, además, le hubiese gustado que se lo hubiese pedido a ella primero. También le habría gustado ver a Cardo haciendo el ganso días atrás cuando Nereida se empeñó en que bailase con ella el “Aserejé”. Se empeñó y lo consiguió. Eran fiestas y se hacen muchas tonterías. Marola no había ido ese día, pero le hubiese gustado.
El novio de Nereida preguntó si se iba a repetir la obra de teatro. En realidad, lo que quería era cambiar de tema.
Regresaron. Nereida seguía cascando, pero Cardo no replicaba. De vez en cuando suspiraba y Nereida decía que cada suspiro es un beso reprimido.
Cardo pensaba que si, que podía ser, y miraba de reojo a Marola. Marola le preguntaba si de verdad estaba reprimiendo algún beso.
-Posiblemente –respondía Cardo.
Marola le preguntaba otra vez y Cardo pensaba que aquello era un juego de adolescentes, pero pensaba también que le gustaba ese juego.
Cardo dejó al novio de Nereida en su casa y luego las dejó a ellas. Hizo los diez kilómetros de regreso más contento que unas castañuelas.
Marola y Nereida hablaban. De Cardo, claro. Y Nereida se burlaba de su hermana y le decía que se estaba pringando a base de bien.
Marola se dormía pensando que si, que se estaba pringando, pero no le importaba lo más mínimo. Es más, le gustaba eso de pringarse por Cardo y esperaba que la llamase lo más pronto posible.

Manuel V. Segarra. Marzo 2010

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