A Esteban
Contertulio incombustible e impertinente, cuestionador perverso de dogmas mundanamente sagrados, defensor de tópicos imposibles, parlador impenitentemente soez. ¡Salud!
Se me nubla la vista y no sé si es por las cervezas o porque arrastro sueño atrasado, pero aún tengo el oído presto para escuchar tu numantina defensa de todo el rosario de inquisidores que en la Historia han sido, aún cuando sabes que tú mismo los habrías llevado a la hoguera o habrías ardido en las llamas de cualquiera de tus defendidos.
No sé si es peor que hables o que calles. Aunque, pensándolo bien, habla. Habla y continúa poniendo lo humano y lo divino ante el pelotón de fusilamiento de tu supuesta ignorancia demoledora.
Eres el agujero negro de la Literatura en búsqueda permanente del oro por escribir. Y el oro literario sólo existe en los cerebros recalentados (y puede que también en Benújar. Por cierto, ¿dónde coño está Benújar?) Lo sabes. Y, aunque lo sabes, te empeñas en buscarlo entre los pliegues de la mediocridad diaria. Y, aunque no lo creas, a veces asoma por debajo de los pelos caídos en el bidé de un putiferio o entre los cachos mordidos de una pera.
Otra cerveza. Ésta para brindar por tus chistes infames, por tu ortodoxia disidente, porque cuando quieres escribes de puta madre y porque me sale de los cojones brindar.
¡Salud!
Manuel V. Segarra. 2004