viernes, 4 de octubre de 2013

LA MASCOTA DE LA LEGIÓN



Un fragmento.

         Aunque no soy el más objetivo para emitir juicios sobre mí, no me tengo por mala persona. Tampoco soy un bendito, vaya que no, pero no creo ser demasiado malo. Yo diría que estoy en la media, aunque mi amigo Bosco me tiene calificado como una especie de barrabás de medio pelo. Cierto es que he hecho alguna barrabasada, pero no me parece que sea para tanto.
         A decir verdad, no sé porqué cuento esto. Al fin y al cabo no iba a hablar de mí. Aunque es de mí precisamente de quien más cosas puedo contar, también tengo alguna cosilla que callar. Mira tú que al final va a ser verdad lo que piensa Bosco.
         Pero vamos a lo que vamos. De quien iba a hablar es precisamente de Bosco.
         Últimamente está un poco preocupado. Le salen, lo mismo que a mí, granos en la nariz de vez en cuando. Yo le digo que no se preocupe tanto porque es normal. Los granos salen donde encuentran espacio. Y dado que su apéndice nasal se acerca peligrosamente al de Cyrano, la cosa está clara. ¿Dónde si no iban a salirle los granos?
         De todos modos, no son las pequeñas excrecencias cutáneas su mayor fuente de desasosiego, no. Son otras cosas que también salen relativamente cerca de la nariz, aunque sea solo en sentido figurado. Digamos que, partiendo del naso, suelen salir a un palmo hacia atrás y hacia arriba.

         Vamos a ver si soy capaz de apartar la vista del culo de la camarera y me centro. Es difícil, pero voy a intentarlo. Vamos allá.
         Ahora que lo pienso, ¿por qué carajo me cuenta a mí estas cosas? No soy la persona más adecuada para escuchar estas historias. Y si lo que quiere es consejo… ¡apaga y vámonos! Soy de los que piensan eso de: “Gracias por el consejo, pero prefiero equivocarme sin ayuda”.
         En realidad, Bosco no quiere consejitos ni ostias. Simplemente quería hablar. Y como somos amigos…
         Lo está pasando mal, vale. Sí, somos amigos. Venga, desembucha.
         Estábamos el otro día sentados en una terraza pasando frío. Podíamos habernos metido dentro, pero los dos fumamos como cernícalos. ¿Quieres fumar? Pues ahí a la fresca. Y hacía una rasca curiosa. Algo, por otro lado, bastante lógico a mediados de enero.
         Y ahí estaba yo, echando humo y esperando que el melón de Bosco soltase algo.
         Y lo soltó. A las bravas. Una frase para el recuerdo.
         -Creo que estoy en condiciones de servir de mascota de La Legión.
         -¡La ostia! A cuadros me dejas, tío.
         Vamos a aclarar un par de cosas.
         Ahora ya no es lo que era y lo mismo sacan un perro que una cabra. Pero en los buenos tiempos, La Legión llevaba de mascota un macho cabrío con todo lo que hay que tener; un señor cabrón en el buen sentido de la palabra, con sus cuernos retorcidos y hasta pintados con purpurina dorada. El bicho solía tener una cara de cafre que acojonaba tanto como los mismos legionarios. Que sí, que eso lo he visto yo.
         Tanto él. Me refiero a Bosco, como yo hemos hecho la mili, lo que quiere decir que llevamos a cuestas una arroba de años y conocemos bien el percal. Sobre todo él que se cascó sus buenos dieciocho meses de barrigazos en Fuerteventura, en el Tercio IV, cuando el chopo, el CETME, para entendernos, era todavía un hierro recubierto de madera y pesaba huevo y medio.
         Yo no. Yo la hice en Madrid y me pasé la mayor parte del tiempo vestido de bonito y tocándome los chirlos mirlos.
         A lo que voy.
         Bosco, legionario de los de antes, pensaba que la dueña de sus sentimientos, valiente cursilada acabo de decir, le había coronado a base de bien.
         -¿Estás seguro?
         No, no estaba seguro, pero casi.
         Dicen que a los hombres se nos nota que hemos sido infieles por una serie de detalles que no hacemos habitualmente. Por lo visto nos da por ponernos más cariñosos con nuestra pareja, por hacerle regalos sin motivo aparente, por estar más atentos en todo… Incluso he oído hablar de alguien que ha sido capaz de tragarse sin pestañear “Memorias de África” al lado de la respectiva mientras ponían en otro canal “Centauros del desierto”. Parece ser que todo eso son síntomas de sentimiento de culpa y se dan cuando la infidelidad ha sido solo un revolcón puntual.
         Otras señales son, según dicen, que nos arreglamos más, tratamos de ponernos más bonitos y hasta hay quien se apunta al gimnasio para tratar de rebajar la tripa cervecera. Eso son ya palabras mayores. Más que un revolcón, son indicadores de una relación paralela.
         Resumiendo. Si un hombre casado o con pareja de años, comienza de repente a cuidarse más, regala flores a la parienta sin venir a cuento y le cede sin rechistar el mando de la tele, está siendo infiel.
         Porque, por lo visto, es prácticamente imposible que el fulano de turno, después de años de relación, tenga una revelación mística y se dé cuenta de que aún está enamorado de su pareja.
         Supongo que habrá de todo, pero parece ser que es más fácil acertar dos veces seguidas un pleno de la bonoloto que el que eso suceda.
         En el caso de los tíos, la cosa parece bastante clara. Pero ¿cómo reacciona una mujer cuando es infiel?

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