sábado, 2 de noviembre de 2013

UN VASO DE AGUA




         La mayoría de las personas que conozco tienen en su teléfono móvil melodías más o menos agradables, más o menos simpáticas o más o menos chocantes. No hace falta que me ponga ahora a enumerar lo que todo el mundo escucha a diario, vaya.
         Pero como yo soy un poco cenutrio para algunas cosas, o tenía grabado el famoso grito de Leónidas y la respuesta de sus 300. Sí hombre, sí. Aquello de ¡Espartanos! ¿Cuál es vuestro oficio? ¡Aú, aú, aú!
         Personalmente, tengo serias dudas de que, por mucho que aparezca en la peli, los aguerridos espartanos respondieran eso porque, entre otras cosas, ¿qué clase de oficio es “aú”?
         He leído que, efectivamente, Leónidas preguntó a los suyos eso del oficio, pero aquellos, en lugar de aullar, respondieron “la guerra”, cosa que me parece bastante más coherente con el carácter de los espartanos.
         Pero vamos a lo que vamos.
         Decía que la sintonía de mi móvil era el grito de Leónidas y la respuesta de marras. Eso era entonces. Ahora no. Ahora tengo el tiroliro estándar de la operadora.
         No me acuerdo exactamente qué hora era, pero temprano. Claridad, la justita y creciendo. Lo que viene siendo el amanecer, vamos. Una hora bastante razonable para estar durmiendo, sobre todo teniendo en cuenta que estábamos en fiestas y la noche anterior había sido de esas de ovación y vuelta al ruedo. De hecho, creo que debía estar aún en el segundo sueño como mucho.
         Debido a esa circunstancia, considero que nadie se extrañará si digo que me cagué en todo lo cagable cuando sonó el teléfono.
         Me desperté de un salto. Pegado a mi oreja estaban el puñetero Leónidas y sus 300 gritando como verracos: “¡Espartanoooos! ¿Cuás es vuestro oficio? ¡Aú, aú, aú!”.
         Se añade a esto que la noche anterior, debido al follón y a la música, el teléfono no se oía un carajo. Me encontré con Flavio y con Miguel, un poco pasados de vueltas, que me dijeron que me habían estado llamando como unas ochenta veces. También me dijeron que soy un capullo, pero eso no influye en el desarrollo de la historia.

         En consecuencia, subí el volumen del trasto y, en consecuencia también, esa mañana parecía que los 300 estaban en la habitación dando voces.
         Mi primera intención, de una lógica aplastante, fue mandar el móvil a tomar por culo. Me contuve, claro está. Lo de estrellar el chisme contra la pared es muy cinematográfico, pero muy poco práctico. Al mismo tiempo, por alguna clase de retorcido mecanismo mental, pensé que podía ser importante, así que contesté.
         -¿Si?
         Al otro lado, algo pastoso que parecía la voz de Selena.
         -¿Dónde estás? –preguntó con un tono turbio.
         -En mi casa –respondí-. ¿Dónde voy a estar?
         -Ah. ¿Estás despierto?
         -¿A ti qué te parece?
         -No sé.
         -Selena, ¿te pasa algo?
         -No. No sé. No, no me pasa nada. ¿Dónde estás?
         -¡Jodeeeeer! En mi casa. Estoy en mi casa. ¿Qué te pasa?
         -Nada. ¿Qué hora es?
         La verdad, el asunto estaba empezando a fastidiarme.
         -Hora de estar durmiendo.
         -Ya es de día –dijo ella con tono apagado. Y turbio. Turbio, también.
         Aunque mi capacidad de deducción es limitada, ya me había dado cuenta de que era de día. Al menos, había ya bastante claridad.
         -¿Desayunamos? –preguntó Selena.
         Teniendo en cuenta la intensidad de la conversación, estaba ya completamente despierto. Empezaba a necesitar mi dosis matinal de café.
         -Vale –accedí-. ¿Dónde estás?
         -No lo sé?
         -¿No sabes dónde estás?
         -Hay un parque.
         -Ah, vale. Ya me quedo más tranquilo. Eso significa que lo mismo puedes estar en Murcia que en Logroño.
         -No. Estoy aquí, en la calle. Delante hay un parque. ¿Quieres desayunar? Voy para tu casa y desayunamos.
         En fin, sin comentarios.
         Creo que es obligado señalar que Selena no se llama Selena. Tiene un nombre bastante más corriente. No tanto como Manolo o Pepe, pero por ahí anda la cosa. No le parecía especialmente vistoso por lo que decidió cambiarlo. Durante algún tiempo anduvo dando la murga con este o con aquel hasta que, finalmente, se le ocurrió lo de “Selena”, que es algo así como “Luna”, pero mucho más poético.
         Mientras metía la cabeza debajo del grifo, me decía a mí mismo que Selena se había pegado un fiestón de esos de antología y me preguntaba si sería capaz de encontrar mi casa. Sin embargo, aún no había terminado de vestirme cuando sonó el telefonillo.
         -Ya bajo. Un momento.
         Estaba sentada en un mazacote de cemento que el Ayuntamiento tiene la osadía de calificar como “jardinera”.
         -No he dormido –me dijo. Me lo dijo Selena, como es lógico, no la jardinera.
         -No lo hubiese imaginado nunca. Venga. Vamos a por unos cuantos cafés. Es temprano, pero seguro que aquella esta abierta.
         A medio camino, Selena dijo:
         -Me estoy meando.
         -Ahora, en llegar a la cafetería…
         -Es que me meo mucho.
         -Y ¿qué quieres que haga?
         -Nada, pero me meo mucho.
         -Prueba ahí –dije señalando un hueco entre dos coches aparcados.
         Prefirió aguantar hasta la cafetería. Estaba abierta y la terraza, con unas sillas de hierro forjado que pesaban un quintal, terminada de instalar.
         Esperaba verla salir del aseo con cara de satisfacción. Sin embargo…
         -¿Pasa algo? –pregunté. Ella parecía aún más aturdida si cabe.
         Selena se sentó con recato, me miró parpadeando varias veces y dijo en voz baja:
         -He perdido mis bragas.
         -¿Qué?
         -No grites.
         -No grito, pero ¿cómo?
         -No lo sé.
         -¿No te las habrás dejado en el aseo?
         -No. He ido a bajármelas y no estaban.
         -A ver si me entero, Selena. ¿Has perdido las bragas y no sabes cuándo ni dónde?
         Asintió con la cabeza.
         -¡Joder! ¡Menudo fiestón te has dado esta noche!
         -No ha sido tanto.
         -Pues, lo suficiente como para perder las bragas.
         -Es que no sé cómo las he perdido –se excusó.
         -A ver, Selena. Hasta donde llegan mis conocimientos, para perder las bragas hace falta el concurso de las manos, sean propias o ajenas.
         -A veces, no.
         -Ah, claro. Estaban aburridas de ver siempre el mismo culo y se han marchado a buscar culos nuevos.
         -¡Ay, no sé!

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