martes, 14 de diciembre de 2010

El tercer anillo


Avanza el día fuerte de calor. Calor fuerte y espeso que quema hasta las buenas intenciones.
¿Y qué más da? “Las buenas intenciones son la madre de las decepciones”, dicen. Y es verdad.
Hace este agosto calor fuerte y me acuerdo de todas las buenas intenciones convertidas en humo. Las mías, por supuesto. Las otras… ¡Bah! Importan ya lo mismo que ese humo que expulso con cada bocanada. Es que fumo mucho. Quizá por eso tantas buenas intenciones se han convertido en humo.
Avanza el día fuerte de calor y aprieto el puño con fuerza. En el interior guardo un tesoro.
Ayer fue jornada de decepción, pero hoy lo es de alegría. Recupero las intenciones, las buenas y las malas.
Se me ha terminado la comprensión, se me han acabado las ganas de ser únicamente una oreja y comienzo a navegar de nuevo a toda vela. ¡Ya era hora!
Aprieto el puño para no perder el tesoro y me digo que vuelvo a ser aquel Odiseo de baratillo que busca imposibles. Me alejo poco a poco y mucho a mucho de todo lo viejo y no me sale de los cojones despedirme de nadie.
Y mientras tanto, la reina Areté se ríe y me dice que “nunca un hombre llega tan lejos como cuando no sabe dónde va”.
La reina Areté toma infusiones a sorbos pequeños y me pregunta qué guardo en el puño.
-El Anillo –respondo.
-¿Otro anillo?
-No, otro anillo, no. El Anillo.
Areté bebe infusión y sonríe.
-¿Dónde lo has encontrado?
No lo he encontrado. Lo he hecho. Tenía que hacerlo. Me he dado cuenta tarde, como casi siempre. O quizá me he dado cuenta en el momento justo. Justo ahora que sé que “lo mejor está por llegar”.
-¿Estás seguro?
-Lo estoy.
El primer anillo se perdió en una mano que tiraba a gordezuela. Me dolió perderlo, ya lo creo, pero a partir de ese instante ya no tuvo valor. Ahora duerme el sueño de los justos junto a otras baratijas. Nada.
El segundo anillo se perdió un día durante el rescoldo de algo que hacía tiempo parecía muerto. Hoy duerme junto a otros rescoldos ya apagados de hojas amarillas y letras rojas. Nada.
Areté sonríe y me pide verlo.
-Es muy frágil –dice.
-Así debe ser. Los sueños son frágiles.
Areté asiente. Los sueños son frágiles, como las ilusiones.
-Dijiste que no ibas a buscarlo más.
-Y no lo he buscado. Lo he hecho.
-¿Qué te ha hecho cambiar?
No lo sé. Quizá este calor que no deja dormir de noche ni vivir de día. Quizá la decepción que da paso a la rabia o la rabia que da paso a las ganas de vivir de nuevo. Tener el anillo es empezar de nuevo. Es esperanza.
-La esperanza es un hilo –sentencia Areté-. Es frágil como los sueños y las ilusiones.
Me devuelve el anillo. Ni siquiera ha hecho intención de ponérselo.
-¿Qué vas a hacer ahora?
-Todo. Hoy empieza todo.
-Tienes lo más importante –asegura.
Me pregunta por el pasado y se asombra de mi respuesta.
-Humo, un espejismo. Nada.
Areté sonríe quieta como la esfinge mientras termino de largar velas y encarar hacia lo que venga.
Sopla un viento ligero que alivia un poco el calor fuerte. Guardo el anillo y me marcho.
Ya llegaré.


Manuel V. Segarra Agosto 2010

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