lunes, 14 de marzo de 2011
Días de salsa china I.b
La plaza de los aligustres y los dos años
Marola resultaba ser tan encantadora como Cardo había intuido. Algo completamente nuevo. Escuchaba, hablaba, era atenta, graciosa… Era un tópico, pero hasta ese momento no había conocido a nadie como ella. Le gustaba. ¡Vaya si le gustaba!
Cardo iba a verla y se citaban en la plaza mayor, en una terraza frente a la iglesia, junto a unos árboles de hojas que siempre le parecían amarillas aunque puede que fuesen verdes.
Una tarde le preguntó qué clase de árboles eran.
-No lo sé –respondió Marola.
-Yo diría que son aligustres –apuntó él. No entendía de árboles, ni de plantas en general, pero se le antojaba que parecían aligustres.
Una tarde le preguntaron a un camarero.
-Les llaman falso plátano –respondió el otro.
Un pequeño chasco. Pero la plaza de los falsos plátanos no sonaba ni medianamente bien, así que ambos decidieron que seguiría siendo la plaza de los aligustres.
En la comarca hay muebles, alfombras, zapatos y uva. Hay mucha uva en el pueblo y Marola tenía días enteros de limpiar racimos.
jueves, 3 de marzo de 2011
Boudica IV
La zorra britana
Boudica siente que no puede dar un paso más. Parece que las rodillas van a desmontarse de un momento a otro y tiene los pies hinchados y a punto de llagarse. El dogal le ha hecho una escocedura en el cuello que quema con cada movimiento. Pero lo peor es el pómulo. Creyó que le estallaba la cabeza cuando el romano le cruzó la cara.
Apareció de repente, con la espada goteando sangre en la derecha y con el brazalete de hierro de Boergeles en la izquierda. Boergeles estaba muerto. Sólo así habría consentido en que le arrebatasen el emblema familiar.
El romano se acercó a Boudica y dejó caer el brazalete. Luego señaló el gladio que ella aún aferraba contra sí y dijo:
-Esa espada es mía.
Boudica siente que no puede dar un paso más. Parece que las rodillas van a desmontarse de un momento a otro y tiene los pies hinchados y a punto de llagarse. El dogal le ha hecho una escocedura en el cuello que quema con cada movimiento. Pero lo peor es el pómulo. Creyó que le estallaba la cabeza cuando el romano le cruzó la cara.
Apareció de repente, con la espada goteando sangre en la derecha y con el brazalete de hierro de Boergeles en la izquierda. Boergeles estaba muerto. Sólo así habría consentido en que le arrebatasen el emblema familiar.
El romano se acercó a Boudica y dejó caer el brazalete. Luego señaló el gladio que ella aún aferraba contra sí y dijo:
-Esa espada es mía.
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