Cena
Cardo no estaba especialmente a gusto. No era de extrañar teniendo en cuenta que prefería estar en otro lugar.
A decir verdad, tampoco estaba tan mal porque la cena había tenido buen ambiente, buena comida y hasta buena conversación. Quizá habría estado aún mejor si sus compañeros de mesa no se hubiesen metido tanto con su reciente afición a Marola. “La niña esa” la llamaban a pesar de sus protestas.
Pero al café la cosa comenzó a cambiar. El alcohol había empezado a hacer mella. Sobre todo en Visi que se empeñaba en que Cardo tenía que empezar a olvidarse de “la niña esa”. Decía Visi que entendía a Cardo. “La niña esa” era una novedad, pero estaba claro que se le pasaría. Lo que tenía que hacer era volver con Marta.
Cardo empezó no haciendo caso. De ahí pasó a pedirle a Visi que no le arreglara la vida. De ahí, a decirle que se estaba metiendo en lo que no le importaba. Procuraba decirlo sonriendo, pero a veces no le salía.
Visi se molestaba con mucha facilidad. Y más aún desde que llevaba encima el asunto de su separación. Todo aquello no le estaba sentando bien. Se enfurruñó un poco cuando Cardo, por enésima vez, le pidió que le dejase en paz.
Marta y Pedro tuvieron que mediar para aliviar la tensión que se estaba creando. La cosa pareció calmarse un poco.
Apareció Marcos caminando entre las mesas con aire sobrado, con el pelo recogido en una cola, repartiendo sonrisas a las mujeres y perdonando la vida a los hombres.
Se acercó a la mesa y dio besos a Marta y a Visi, estrechó la mano de Pedro y saludó con un gesto a Cardo.
Fue a sentarse, pero Cardo le dijo:
-Te están esperando en otro lado, ¿verdad?
Marcos era un chulo prepotente, pero no era tonto. Al menos, no demasiado.
-A lo mejor me acerco luego –dijo.
-O no –replicó Cardo.
Marcos y Cardo no se soportaban y eso fue motivo de conversación en la mesa durante los siguientes minutos.
Cardo no entendía muy bien el motivo de aquella cena. La había propuesto Pedro porque decía que las cosas se estaban deteriorando entre ellos. Al principio, Cardo pensó en no asistir. Pero Pedro insistió lo suyo y finalmente aceptó. Pensó que iría más gente y le molestó un tanto encontrarse con lo que parecía una cena de parejitas. Era algo raro porque todo el mundo sabía que Pedro bebía los vientos por Marta.
Marta llevaba unos cuantos días, semanas en realidad, un poco borde de más. Estaba borde desde antes, pero la puñetería se le había acentuado desde la aparición de Marola. Sin embargo esa noche parecía bastante tranquila. Cierto que ella y Cardo habían dejado lo suyo, pero Marta pensaba que era algo pasajero. Lo de “la niña esa” se le pasaría pronto.
Pero Visi, cualquiera sabía el motivo, había convertido el caso en una cuestión personal. Cardo y Marta tenían que volver a estar juntos fuese como fuese.
-Pero si está claro que vais a volver a estar juntos –decía.
-Yo voy a volver –decía Cardo-, pero a mi casa.
-La niña esa no tiene nada. Es sólo la novedad.
-¿Por qué no me dejas vivir?
Marta y Cardo habían estado juntos una temporada. Una relación tormentosa de principio a fin en la que los dos pensaban que había fecha de caducidad. Al fin y al cabo, Marta tenía novio “oficial”. Verdad era que se trataba de un noviazgo a larga distancia porque aquel vivía en Biarritz y aunque hablaban todos los días, no es lo mismo.
En algún momento Marta decidió dejar al francés. Lo de Cardo podía ir a más. Se marchó de vacaciones, a Biarritz, con la intención de romper su relación, pero no lo hizo. Durante los días que estuvo fuera echó de menos a Cardo, pero continuó con novio.
Cardo, las cosas como son, también la había echado de menos pero cuando Marta regresó y le dijo que las cosas seguían igual se desencantó un poco.
Con ese poco comenzaron los desencuentros cada vez más frecuentes. Y con ese poco también, apareció Visi.
Tetona y con gesto permanente a lo Dama de las Camelias, Visi se convirtió en íntima de Marta. Estaba separándose, de forma traumática, por supuesto, y cuando llegó el caso, le sentó fatal que Cardo Y Marta empezasen a no estar bien. Y encima apareció “la niña esa”.
Cardo y Marta estaban mal desde antes de la aparición de Marola. De hecho hacía ya algún tiempo que no estaban juntos. Pero Marta se resistía. Decía que estarían toda la vida con encuentros y desencuentros.
Cardo no estaba dispuesto. No quería eso. Quizá en otro momento, pero ya no. La situación le cansaba, pero tampoco había mayores motivos para terminar mal con Marta. Además, tenían amistades comunes, incluida la puñetera de Visi que no cejaba en su empeño.
Durante la cena había estado machacando a Cardo y al postre volvió a la carga con empuje renovado. Cosas del alcohol. Cardo empezaba a estar muy harto ya de la conversación.
Fue Marta quien propuso tomar una copa en otro lado para ver si se relajaba la tensión. Porque Cardo había comenzado a no replicar y eso no era un buen síntoma.
En el sitio nuevo encontraron a Martina. Se llevó a Cardo a un aparte. Martina era compañera de Nereida, la hermana de Marola.
-¿Estás otra vez con Marta?
-No –respondió Cardo.
Martina sentía una curiosa simpatía por él.
-Tienes cara de que te hayan traído a la fuerza -dijo.
-Casi. No estaba muy convencido, pero tampoco quería malas caras. Ha sido peor el remedio.
-A ti quien te gusta es Marola, ¿verdad?
Cardo asintió y Martina dudó un momento antes de volver a preguntar.
-¿Estás enamorado de Marola?
-No lo sé, Martina. No sé qué es eso de enamorarse. Sé que, ahora mismo, estaría con ella en lugar de estar aquí.
-Se te pone cara de tonto. Yo diría que sí –dijo Martina-. Creo que sí lo estás.
-Si. Creo que si –admitía Cardo. Y no podía evitar que se le riesen los huesos.
Visi fue a por Cardo. Estaba desatada. Entre “vaya tío bueno” y “vaya tío bueno” continuaba con su cruzada particular.
Cardo acabó de hartarse. Se marchaba.
A la puerta, Marta le dijo:
-No le hagas caso. Visi nos aprecia.
-Pues, si tanto nos aprecia, que se meta en sus asuntos y nos deje en paz. Sobre todo a mí.
-¿Sabes lo que me ha dicho?
-Cualquier salvajada, seguro.
-Me ha dicho que, si no fuese porque estoy yo, habría tenido un lío contigo.
-Ya veo lo que nos aprecia –replicó Cardo-. Pensaré que el divorcio le está afectando más de la cuenta. Me marcho. Estoy cansado.
-¿Qué vas a hacer con la… con Marola?
-Marta, tengamos la fiesta en paz.
-¿Tienes las cosas claras?
-Las tengo.
Marta guardó silencio. Luego dijo:
-Está bien. Buenas noches.
Y se volvió con el resto de la gente.
Cardo suspiró con un punto de alivio. Por una vez, Marta había nombrado a Marola y no habían tenido bronca.
Manuel V. Segarra. Abril 2011.
miércoles, 20 de abril de 2011
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...tu como siempre,comes una y cuentas veinte...!CON TANTA MENTIRA pierde el interes,¿no te paras a pensar que escribir mentiras,puede hacer daño?...piensa un poquito (en alguien que no seas tu claro...)
ResponderEliminarMi estimado/a Anónimo/a: ¿A qué viene esa inquina? Sólo es una novela.
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