viernes, 1 de julio de 2011

Ejercicio


(Fragmento de la novela "Cajas de guerra", tercera de la trilogía "Acero del Rey")

El tercio de Juan Arévalo de Sotomayor estaba listo. Durante toda la jornada, para desesperación de los milites, las compañías habían evolucionado sobre la llanura, cargaron y contra cargaron, formaron cuadros defensivos erizados de picas en el frente, se desplegaron en mangas y se replegaron el orden. Los capitanes gritaban las órdenes a sus sargentos y estos las aullaban a la tropa.
¡Arma prevenida!
Y los piqueros aferraban el astil de las picas y, con movimientos precisos encaraban un erizo de puntas de hierro frente a las cornetas de caballería que cargaban sobre ellos.
¡Mangas de arcabuces en las alas! ¡Coseletes al frente! ¡Hueco para los mosquetes!
Y se disparaba alguna salva sin bala; no muchas, porque la pólvora no abunda tanto como uno quisiera, pero sí las suficientes para impresionar al cada vez más nutrido público que salía al llano a ver el ejercicio.
¡Arma furiosa!
Y con las banderas formando al tresbolillo, al estilo romano, según se decía, el tercio se ponía en movimiento, lentamente al principio, más rápido a cada paso, hasta llegar casi a la carrera, pero sin perder apenas la formación. Todo ello, en mitad de la polvareda levantada por los propios pies, con los gritos mezclados con el doblar de las cajas, con el retumbo de los caballos al galope y con los juramentos de los milites cuando alguno de la camarada tropezaba. “Cagoentuboca, Sánchez. Deja quieta la espada que todavía me sacarás un ojo con ese pincho”. “Meviacagántostusmuertos, cuñao. Cohe el paso de una ve”.
Avanzaban los capitanes al frente de sus banderas, dirigían, mandaban enlaces al maestre de campo y recibían las órdenes de aquel. Tomar por asalto el alcor del flanco derecho do se suponía estaba la artillería enemiga, bloquear el camino de acceso a la ermita. Replegarse en orden cerrado y sin perder la cara a la caballería. Volver a empezar.
Arévalo de Sotomayor estaba complacido, sobre todo con las expresiones de asombro de sus invitados. Un tercio en maniobra era todo un espectáculo; tal vez no tan brillante como los regimientos de gendarmes franceses, tan emplumados y lustrosos, contra los que el propio maestre había lidiado en no pocas ocasiones, pero sí lo suficiente como para sentirse muy satisfecho. Cuando su excelencia don Alejandro Farnesio ordenase la subida a Flandes, el Tercio Viejo de Nápoles estaría más que preparado.
Bastante pasado estaba el mediodía cuando el maestre de campo ordenó el cese del ejercicio. Los soldados corrieron entonces do les aguardaba el rancho, ya frío, que habían preparado los marmitones. Juntáronse los capitanes de las banderas de infantería al extremo de la llanura para hablar entre ellos y reírse de sus colegas de caballería, sobre todo de los valones que no habían logrado romper los cuadros de piqueros. Aquellos, tal vez ya acostumbrados, hacían como que ignoraban las chanzas pero, muy dignos, les mostraban las boñigas que sus monturas habían soltado y que la gente de a pie, los de infantería, habían estado pisando toda la mañana. Y es que muchos capitanes de infantería, a pesar de tener la potestad de combatir a caballo, preferían desmontar y luchar pie a tierra. Lo preferían desde que el capitán Vélez había sido ensartado por las picas de sus propios hombres al caer del caballo. Mal está que a uno lo maten los enemigos de Dios y de España, pero al fin y a la postre son cosas de la guerra; pero morirse de forma tan tonta… Además, a la tropa le gustaba ver como en mitad de una ensalada de tiros, el capitán desmontaba y se ponía a su altura. Y si había que pisar mierda de caballo, pues mierda de caballo para todos. Cosas mucho peores se pisaban en una batalla.
Llamaba Álvarez de Sotomayor a sus oficiales para felicitarles por la brillantez del ejercicio y presumía como un pavo delante de los nobles italianos que habían ido al ejercicio. Al pabellón acudieron los oficiales encabezados por el veteranísimo Nuño Arias que sonreía complacido por los elogios. Su bandera, como siempre, la más rápida, la mejor dispuesta, la que antes reaccionaba. No en vano eran sus milites casi tan veteranos como el capitán. Los había con más de veinte años de servicio y con dos o tres guerras en su haber y allí estaban tan puestos y tan bien vestidos. La bandera de Nuño Arias era casi una leyenda y no eran pocos los que desertaban de sus unidades para irse con Arias. También es cierto que el capitán se preocupaba como pocos. No se sabía muy bien cómo lo conseguía, pero sus hombres lograban cobrar cada tres o cuatro meses. Y cuando lo normal es que los haberes de la tropa se demoren un año o más, aquella frecuencia en el cobro no era ninguna tontería. A cambio, Nuño Arias exigía obediencia ciega. Y cuando aquella no se cumplía más valía escapar a tierra de moros que estar al alcance del capitán.

Manuel V. Segarra. (Cajas de Guerra) Junio 2011.

1 comentario:

  1. ¿Para cuándo la publicación? El verano la verdad que no es el mejor período para publicar, pero...
    Ciao. Fernando

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