Baja deprisa Marola la cuesta. Es mediodía y va cargada, las manos ocupadas y la cabeza puesta en la tarde de trabajo adicional. Ya veremos de dónde saca el tiempo para todo.
Pasa frente a mí, pero no me ve. Mejor. Sólo le faltaba eso este día que no ha sido tan bueno. Ni tan malo. Como todos, como la mayoría al menos.
La veo con su paso vivo y sonrío.
Hace sol, pero no calienta bastante. Aún no es tiempo de terraza y la miro a través del cristal.
Hace años, cuando aún no era Otoño, Marola caminaba deprisa siempre y se detenía, hablaba, casi echaba a correr y volvía a detenerse otra vez para apresurar de nuevo el paso hasta que llegaba.
Sonrío de nuevo y la recuerdo con sus faldas largas y sus medias de colores, con su mirada nerviosa y con el pelo rebelde. A veces dibujaba y escribía.
La veía siempre y me moría de envidia de aquel sujeto burlón y perverso. Marola me hablaba a veces y me decía que le amaba. Yo me reía por dentro y por fuera. Imposible.
No quería decirle que amaba una sombra, que era sólo humo.
Un día Marola creció y dejó de hablarme a veces. Su mirada nerviosa fue volviéndose dura. Cambió sus faldas largas y sus medias de colores por chaquetas de corte ejecutivo. Ya no dibujaba ni escribía, pero seguía caminando deprisa.
Y una tarde me habló de nuevo. Ya no le amaba.
Se ha perdido de vista con su paso ligero, su cartera y su trabajo.
Aquel sujeto burlón y perverso, sombra y humo, ya no está.
Manuel V. Segarra Marzo 2010
miércoles, 21 de julio de 2010
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