viernes, 23 de julio de 2010

Matías, mi padre


Hoy He estado pensando en mi padre.
A veces pienso mucho en mi padre que murió hace ya bastantes años.
Pienso en él aunque no quiero hacerlo porque cada vez que lo hago se me anuda la garganta. Como ahora.
Pienso en mi padre y me acuerdo de él, ya mayor pero no tanto, sentado en el sillón, leyendo y preguntándome.
A mí me costaba contarle cosas, claro. Era mi padre y ejercía de tal. No era un padre de esos modernos de ahora, tan superguays de la muerte que, por encima de todo pretenden ser amiguetes de los hijos y que, en mi opinión… Dejémoslo estar.
Menos mal que no era así.
El mío era un padre conservador, de los de antes y con las ideas muy claras al respecto.
Tenía su punto severo, pero nunca, en los cuarenta años que lo tuve, me puso la mano encima. Ni el más miserable cachete. Y eso que, en más de una y más de dos ocasiones -y bastantes más-, las cosas como son, le di motivos sobrados para que me plantase un par de soplamocos bien dados. Es que yo era un hijo más bien puñetero y tenía una habilidad especial para sacarlo de quicio. Pero, así y todo, como máximo una bronca.

Recuerdo que una tarde de verano, yo era un preadolescente, doce años creo, con las hormonas rebotadas, me fui con un amigo al cine. Nos quedamos a la sesión siguiente porque en la película se le veía una teta casi entera a una de las actrices. Tres horas de cine para ver un segundo escaso de media teta. Había que estar como un choto.
Lo malo no fue eso. Lo mal es que yo había quedado con mi padre a las ocho, cuando cerraba la tienda, y no aparecí. Claro. Estaba esperando que asomase la teta.
Pasó el tiempo y mi padre empezó a impacientarse. Pasó más tiempo y comenzó a desesperarse. Pasó más tiempo aún y se alarmó. Más que nada porque yo solía ser bastante puntual y si no aparecía… Vamos que se preocupaba el hombre.
Él y mi abuelo empezaron a buscarme, pero no sabían por dónde. ¿El móvil? ¿Pero de qué año os creéis que estoy hablando? El móvil no existía ni en sueños.
Al final, pasadas las once, aparecí. Mi padre pasó del susto al cabreo, pero no me dijo nada. No me dijo nada tampoco al día siguiente. Y, cosa curiosa, yo que no tenía en gran estima la conversación de mi padre, estuve jodido todo el día.
Le pedí perdón por la noche y sentí, lo recuerdo perfectamente, un alivio enorme cuando me dijo que no pasaba nada y que no volviese a desaparecer de esa forma.
Ya sé que es una anécdota tonta, pero me da lo mismo. Tengo más, pero baste con ésta. El caso es que más de una década después de su muerte, lo echo de menos.
Lo curioso, o tal vez sea normal, no lo sé, es que, andando el tiempo, mi padre y yo comenzamos a hablar más. Mucho. Le contaba mis proyectos, discutíamos de política o estábamos de acuerdo, bromeábamos, discutíamos otra vez, hablábamos de fútbol, de cosas que se habían hecho y de cosas que quedaban por hacer.
Lo eché de menos hace años, cuando publiqué mi primera novela. Y luego, cuando publiqué las otras. Se habría sentido orgulloso de que, después de tanto tiempo, mis papeles escritos se hubiesen hecho realidad en letra impresa. Y, una tras otra, las habría leído de tirón. Porque mi padre leía mucho. Le gustaban las novelas de la Segunda Guerra Mundial, aquellas de Sven Hassel, y le gustaba también la novela histórica. Mira por dónde, yo he terminado escribiendo novela histórica.
Como lo eché de menos el otro día cuando España ganó el Mundial de Fútbol.
A mi padre le gustaba mucho el fútbol. Era del Elche y del Atlético Aviación; el Atlético de Madrid, para entendernos. También un poco del Real Madrid, pero menos.
El otro día, cuando Iker Casillas levantó el trofeo, me subió una cosa muy rara, congoja creo, al pensar en cuánto le hubiese gustado a mi padre vivir ese momento.
Me lo imaginaba recostado en el sillón, respirando al fin después de los nervios y dando su aprobación en voz baja.
-Bueno, bueno…
Habría gritado con el gol y se habría rascado los codos de pura tensión hasta el final del partido.
Le habría gustado ver la cantidad de aficionados y la multitud de banderas celebrando el título. Y, horas más tarde, cuando hubiese acabado ya el jolgorio, habría renegado, lo mismo que hice yo, del hijo de la gran puta que, terminada la fiesta, continuaba dando por culo con la puñetera trompeta. Todos tratando de descansar y el mamón, él solo ya, tocando los huevos al vecindario. No sé quién eres, cacho cabrón, pero, en nombre de mi padre, en el mío propio y, creo que también, en el de mis vecinos, me cago en tu cara, hijo de puta.
Comentarios aparte, lo cierto es que me habría alegrado que mi padre hubiese podido ver este Mundial.
Hace años que no soy joven, bastantes, y hace años, algunos menos, que mi padre murió. Me hubiese gustado que estuviera.
Y quiero creer que, a pesar de que no está físicamente, sabe que he publicado mis novelas y que España ha ganado el Mundial.

Manuel V. Segarra . Julio 2010

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