LA IMAGEN DE PIEDRA
Calor
Una gota de sangre cae sobre el montón
de tierra. Hace ruido. Mucho. Casi un retumbo. Avanzan rápidas las llamas y se
funden con el galope de muchos caballos. Silencio luego. Silencio.
Entra el sol por el ventano alto. Ya hace
que amaneció.
La mujer, frente perlada de sudor,
respiración agitada y sábana pegada al cuerpo, abre los ojos. Hay silencio a
medias. Una paloma se ha posado en el ventano y pájaros pían fuera.
Se incorpora a medias la mujer y la
paloma se espanta con el ruido. Ella también está un poco asustada. O quizá sea
solo la agitación del suelo. Sin acabar de levantarse, llama.
Otra mujer, joven, pide permiso y
entra.
-¿Es muy tarde?
-Hace rato que ha amanecido, dama Herei
–responde la recién llegada.
-¿Por qué no me habéis despertado?
-Dormías mal, señora. Imbilas dijo que
esperásemos.
Asiente la mujer. Ha dormido mal. Hace
días que duerme mal. Tal vez el calor. También sueña. Y no le gusta lo que
sueña.
-Prepárame el baño.
El agua está templada y la mujer joven
le frota suave la espalda y los hombros. Le recoge el pelo en dos trenzas
largas.
Enfrente están los ropones rituales y
la tiara grande. Es un mes nuevo. Día de consultas, de peticiones, de
ofrendas. Habrá gente esperando desde el
amanecer. Quizá desde antes.
-Ya es suficiente. Sécame.
El pasillo parece más largo que otros
días y le pesan el manto y la tiara. El calor. El baño ha aliviado un poco,
pero vuelve a sudar debajo de todo ese montón de ropa. El manto es muy espeso.
Empieza hoy un mes nuevo y serán muchos
los que han venido a pedir, a ofrendar, a verla. Algunos, desde el amanecer o
desde antes. ¿Cómo puede hacer tanto calor?
Imbilas espera al final del pasillo. El
sacerdote lleva la mano izquierda vendada y hay sangre en la venda. También hay
gotas de sangre en la túnica.
-Espera mucha gente, señora. Es muy
tarde –dice.
La mujer asiente sin palabras y camina
detrás de Imbilas.
La luz es fuerte en la plaza. Hay un
murmullo que crece entre los que esperan.
Oye a Imbilas anunciándola. El rumor
crece más. ¿Cómo se ha herido la mano el sacerdote?
Dama Herei se mantiene erguida. La
silla no tiene respaldo y la tiara pesa mucho hoy. Hombres con escudo y lanza
están tras ella y también delante de ella.
Los que esperaban empiezan a acercarse.
Hacen ofrendas. Vino, aceite, carne salada, carne seca. Es para la Diosa Madre.
Dama Herei asiente, aunque será la gente del templo quien se coma aquello. Dos
labradores disputan. Los dos quieren justicia. Imbilas se hará cargo. Más
peticiones.
Avanza el día y hace mucho calor. Dama
Herei suda bajo el manto. La tiara pesa mucho, es incómoda. Tiene sed y quiere
acabar. Aún queda mucha gente esperando, pero no puede más. Tiene mucha sed.
Lejos, en el extremo de la plaza, hay
un hombre que no se mueve. Hay otro a su lado, pero Dama Herei se fija más en
el primero. En el otro también y hasta dibuja media sonrisa, pero más en el
primero. Tiene la barba ya muy gris y lleva el pelo recogido en una cola. Entra
en años, pero tiene los brazos fuertes. Es grande y fuerte. Como antes, como
siempre. Está allí, sin moverse.
Dama Herei siente una punzada de
ternura y tristeza y dice en voz baja:
-Mi padre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario