sábado, 22 de septiembre de 2012

LA IMAGEN DE PIEDRA (Avance)


LA IMAGEN DE PIEDRA


Calor

        
         Una gota de sangre cae sobre el montón de tierra. Hace ruido. Mucho. Casi un retumbo. Avanzan rápidas las llamas y se funden con el galope de muchos caballos. Silencio luego. Silencio.


         Entra el sol por el ventano alto. Ya hace que amaneció.
         La mujer, frente perlada de sudor, respiración agitada y sábana pegada al cuerpo, abre los ojos. Hay silencio a medias. Una paloma se ha posado en el ventano y pájaros pían fuera.
         Se incorpora a medias la mujer y la paloma se espanta con el ruido. Ella también está un poco asustada. O quizá sea solo la agitación del suelo. Sin acabar de levantarse, llama.
         Otra mujer, joven, pide permiso y entra.
         -¿Es muy tarde?
         -Hace rato que ha amanecido, dama Herei –responde la recién llegada.
         -¿Por qué no me habéis despertado?
         -Dormías mal, señora. Imbilas dijo que esperásemos.
         Asiente la mujer. Ha dormido mal. Hace días que duerme mal. Tal vez el calor. También sueña. Y no le gusta lo que sueña.
         -Prepárame el baño.
         El agua está templada y la mujer joven le frota suave la espalda y los hombros. Le recoge el pelo en dos trenzas largas.
         Enfrente están los ropones rituales y la tiara grande. Es un mes nuevo. Día de consultas, de peticiones, de ofrendas.  Habrá gente esperando desde el amanecer. Quizá desde antes.
         -Ya es suficiente. Sécame.
         El pasillo parece más largo que otros días y le pesan el manto y la tiara. El calor. El baño ha aliviado un poco, pero vuelve a sudar debajo de todo ese montón de ropa. El manto es muy espeso.
         Empieza hoy un mes nuevo y serán muchos los que han venido a pedir, a ofrendar, a verla. Algunos, desde el amanecer o desde antes. ¿Cómo puede hacer tanto calor?
         Imbilas espera al final del pasillo. El sacerdote lleva la mano izquierda vendada y hay sangre en la venda. También hay gotas de sangre en la túnica.
         -Espera mucha gente, señora. Es muy tarde –dice.
         La mujer asiente sin palabras y camina detrás de Imbilas.
         La luz es fuerte en la plaza. Hay un murmullo que crece entre los que esperan.
         Oye a Imbilas anunciándola. El rumor crece más. ¿Cómo se ha herido la mano el sacerdote?
         Dama Herei se mantiene erguida. La silla no tiene respaldo y la tiara pesa mucho hoy. Hombres con escudo y lanza están tras ella y también delante de ella.
         Los que esperaban empiezan a acercarse. Hacen ofrendas. Vino, aceite, carne salada, carne seca. Es para la Diosa Madre. Dama Herei asiente, aunque será la gente del templo quien se coma aquello. Dos labradores disputan. Los dos quieren justicia. Imbilas se hará cargo. Más peticiones.
         Avanza el día y hace mucho calor. Dama Herei suda bajo el manto. La tiara pesa mucho, es incómoda. Tiene sed y quiere acabar. Aún queda mucha gente esperando, pero no puede más. Tiene mucha sed.
         Lejos, en el extremo de la plaza, hay un hombre que no se mueve. Hay otro a su lado, pero Dama Herei se fija más en el primero. En el otro también y hasta dibuja media sonrisa, pero más en el primero. Tiene la barba ya muy gris y lleva el pelo recogido en una cola. Entra en años, pero tiene los brazos fuertes. Es grande y fuerte. Como antes, como siempre. Está allí, sin moverse.
         Dama Herei siente una punzada de ternura y tristeza y dice en voz baja:
         -Mi padre.

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