miércoles, 26 de septiembre de 2012

LA IMAGEN DE PIEDRA (III)


La muñeca Tera se había perdido. Terminó hecha trozos a medio camino entre las murallas y el bosque de palmeras. Se rompió del todo una tarde que regresaban a la casa grande después de haber estado en la ciudad. La llevaron su padre y su madre. También iba Muruma con una cesta vacía y otro hombre con bolsas de esparto grandes a la espalda.
         Desde la casa grande hasta la ciudad había un buen trecho, pero no tenían prisa. De vez en cuando, su padre se la subía a los hombros, pero no mucho rato porque ella había crecido y pesaba un poco.
         No era la primera vez que Herein iba a la ciudad. Allí había mucha gente y también había de todo. Las murallas eran muy grandes y muy altas, o eso le parecía. A veces, cuando se hacía de noche, no regresaban y se quedaban en la casa pequeña que estaba pegada a la muralla.
         Herein no sabía si le gustaba la ciudad. Allí vivía su amiga Teneladin, justo al lado de la casa pequeña, pero también había mucho ruido y asustaba un poco ver tanta gente.
         El día que la muñeca se perdió del todo fueron al templo. A la puerta había dos hombres con lanza y escudo, como los que estaban en las murallas.
         Ella no entró. Se quedó fuera con Muruma. Cuando salieron, el otro hombre llevaba las bolsas de esparto vacías.
         Todavía estuvieron un rato en la ciudad. Vieron caballos y a un hombre que hacía espadas anchas y estrechas, rectas y curvadas. A su padre le gustaban las espadas. A ella le compraron un colgante dorado tan pulido que cuando se lo ponía delante podía verse la nariz.
         Pasaba poco del mediodía cuando regresaron. Herein hubiese preferido quedarse y ver a su amiga Teneladin y enseñarle el colgante. Iban por el camino hacia el bosque de palmeras y ella hablaba con su muñeca Tesa y le decía que cuando volviesen a la ciudad le compraría un colgante igual.
         Antes de llegar al recodo su padre se detuvo. Miraba despacio a todos lados. Su madre callaba y la cogía con fuerza de la mano. Muruma y el otro hombre también estaban callados. Herein no sabía qué, pero intuía que pasaba algo malo.
         -¡Volved a la ciudad! ¡Rápido!
         Echaron a correr. La ciudad estaba ahí detrás. Su padre gritaba cosas que no entendía. También gritaban su madre y Muruma.
         Desde el bosque de palmeras salieron unas cuantas piedras. A Muruma le dieron una pedrada en una pierna y estuvo a punto de caer, pero siguió corriendo.
         Del bosque de palmeras salieron hombres con lanzas y escudos. Por el otro lado salieron más hombres. Algunos iban a caballo.
         Corrían y su madre gritaba. Salían muchos hombres desde las palmeras y desde el otro lado. Aún caían piedras.
         Las murallas estaban cerca. Herein veía encima a los hombres con lanzas. Otros salían de la ciudad.
         Venía un hombre a caballo y detrás, dos más corriendo. Herein sintió que la levantaban del suelo y perdió a su muñeca Tesa, pero estaba muy asustada y no hizo nada para recogerla. Vio a su madre plantarse delante de caballo, agitando las manos y gritando. El jinete cayó y su madre saltó encima con una piedra grande en las manos y la dejaba caer sobre la cabeza del hombre.
         Oía los gritos de su padre muy cerca y otros gritos también. Su padre llevaba la espada en la mano y estaba muy manchado de sangre.
         Herein estaba sentada en el suelo. Su madre le gritaba que se alzase. Muruma estaba un poco más lejos. Había caído de rodillas y tosía fuerte y babeaba.
         Fue a levantarse y vio a su madre caer a su lado. Tenía una mancha muy grande en el costado y le salía mucha sangre del cuello. Se acercaron unas piernas cubiertas de hierro. Herein se giró un poco. El sol rebotó en el colgante dorado y cegó al hombre que se acercaba. Luego su padre la cogía y el de las piernas de hierro estaba tendido en el suelo. Había mucha sangre y mucho polvo y gritos y el retumbo de los caballos y Muruma tosiendo y la muñeca Tesa rota, hecha pedazos.
         De la ciudad salieron más hombres a caballo y a pie. Algunos se quedaron con ella y con su padre.
         A Herein le picaban los ojos y quería beber agua. Vio a su padre acunando a su madre que no se movía y miró a las murallas que estaban tan cerca. Había una mujer con un manto rojo y una túnica azul. O tal vez fuese al contrario. No era la primera vez que la veía. En primavera estuvieron en la ciudad. Fueron a la plaza con toda la gente y aquella mujer salió. Su padre la cogió en brazos entonces y señaló a la mujer.
         Y le dijo que era Dama Cuta.

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