viernes, 30 de julio de 2010
Ella dice que es aburrida
Areté bebe su infusión a sorbos pequeños y escucha. Sabe escuchar mucho y bien. A veces asiente con gestos y a veces, pocas, pregunta. Tiene siempre, o tenía, un aire distante que de lejos la hacer parecer fría y tajante. Una reina.
Llega la tarde, otra, entre sorbos de infusión y de café bien negro y bien caliente. Hace calor aunque, de vez en cuando, la brisa alegra las ramas de las palmeras de esta plaza vieja con fuente más vieja aún y con trenza joven. Tarde de verano. Otra.
Areté transmite calma entre sorbo y sorbo. Y hacía falta calma este verano que ha sucedido a los años de aquel otoño, negro a veces, cuajado de medias realidades. Escucha y habla sin variar su porte de reina. Ella dice que es aburrida, pero puede que no tanto. No, no lo es.
viernes, 23 de julio de 2010
Matías, mi padre
Hoy He estado pensando en mi padre.
A veces pienso mucho en mi padre que murió hace ya bastantes años.
Pienso en él aunque no quiero hacerlo porque cada vez que lo hago se me anuda la garganta. Como ahora.
Pienso en mi padre y me acuerdo de él, ya mayor pero no tanto, sentado en el sillón, leyendo y preguntándome.
A mí me costaba contarle cosas, claro. Era mi padre y ejercía de tal. No era un padre de esos modernos de ahora, tan superguays de la muerte que, por encima de todo pretenden ser amiguetes de los hijos y que, en mi opinión… Dejémoslo estar.
Menos mal que no era así.
El mío era un padre conservador, de los de antes y con las ideas muy claras al respecto.
Tenía su punto severo, pero nunca, en los cuarenta años que lo tuve, me puso la mano encima. Ni el más miserable cachete. Y eso que, en más de una y más de dos ocasiones -y bastantes más-, las cosas como son, le di motivos sobrados para que me plantase un par de soplamocos bien dados. Es que yo era un hijo más bien puñetero y tenía una habilidad especial para sacarlo de quicio. Pero, así y todo, como máximo una bronca.
A veces pienso mucho en mi padre que murió hace ya bastantes años.
Pienso en él aunque no quiero hacerlo porque cada vez que lo hago se me anuda la garganta. Como ahora.
Pienso en mi padre y me acuerdo de él, ya mayor pero no tanto, sentado en el sillón, leyendo y preguntándome.
A mí me costaba contarle cosas, claro. Era mi padre y ejercía de tal. No era un padre de esos modernos de ahora, tan superguays de la muerte que, por encima de todo pretenden ser amiguetes de los hijos y que, en mi opinión… Dejémoslo estar.
Menos mal que no era así.
El mío era un padre conservador, de los de antes y con las ideas muy claras al respecto.
Tenía su punto severo, pero nunca, en los cuarenta años que lo tuve, me puso la mano encima. Ni el más miserable cachete. Y eso que, en más de una y más de dos ocasiones -y bastantes más-, las cosas como son, le di motivos sobrados para que me plantase un par de soplamocos bien dados. Es que yo era un hijo más bien puñetero y tenía una habilidad especial para sacarlo de quicio. Pero, así y todo, como máximo una bronca.
miércoles, 21 de julio de 2010
Picas y arcabuces
Marola
Baja deprisa Marola la cuesta. Es mediodía y va cargada, las manos ocupadas y la cabeza puesta en la tarde de trabajo adicional. Ya veremos de dónde saca el tiempo para todo.
Pasa frente a mí, pero no me ve. Mejor. Sólo le faltaba eso este día que no ha sido tan bueno. Ni tan malo. Como todos, como la mayoría al menos.
La veo con su paso vivo y sonrío.
Hace sol, pero no calienta bastante. Aún no es tiempo de terraza y la miro a través del cristal.
Hace años, cuando aún no era Otoño, Marola caminaba deprisa siempre y se detenía, hablaba, casi echaba a correr y volvía a detenerse otra vez para apresurar de nuevo el paso hasta que llegaba.
Sonrío de nuevo y la recuerdo con sus faldas largas y sus medias de colores, con su mirada nerviosa y con el pelo rebelde. A veces dibujaba y escribía.
La veía siempre y me moría de envidia de aquel sujeto burlón y perverso. Marola me hablaba a veces y me decía que le amaba. Yo me reía por dentro y por fuera. Imposible.
No quería decirle que amaba una sombra, que era sólo humo.
Un día Marola creció y dejó de hablarme a veces. Su mirada nerviosa fue volviéndose dura. Cambió sus faldas largas y sus medias de colores por chaquetas de corte ejecutivo. Ya no dibujaba ni escribía, pero seguía caminando deprisa.
Y una tarde me habló de nuevo. Ya no le amaba.
Se ha perdido de vista con su paso ligero, su cartera y su trabajo.
Aquel sujeto burlón y perverso, sombra y humo, ya no está.
Manuel V. Segarra Marzo 2010
Pasa frente a mí, pero no me ve. Mejor. Sólo le faltaba eso este día que no ha sido tan bueno. Ni tan malo. Como todos, como la mayoría al menos.
La veo con su paso vivo y sonrío.
Hace sol, pero no calienta bastante. Aún no es tiempo de terraza y la miro a través del cristal.
Hace años, cuando aún no era Otoño, Marola caminaba deprisa siempre y se detenía, hablaba, casi echaba a correr y volvía a detenerse otra vez para apresurar de nuevo el paso hasta que llegaba.
Sonrío de nuevo y la recuerdo con sus faldas largas y sus medias de colores, con su mirada nerviosa y con el pelo rebelde. A veces dibujaba y escribía.
La veía siempre y me moría de envidia de aquel sujeto burlón y perverso. Marola me hablaba a veces y me decía que le amaba. Yo me reía por dentro y por fuera. Imposible.
No quería decirle que amaba una sombra, que era sólo humo.
Un día Marola creció y dejó de hablarme a veces. Su mirada nerviosa fue volviéndose dura. Cambió sus faldas largas y sus medias de colores por chaquetas de corte ejecutivo. Ya no dibujaba ni escribía, pero seguía caminando deprisa.
Y una tarde me habló de nuevo. Ya no le amaba.
Se ha perdido de vista con su paso ligero, su cartera y su trabajo.
Aquel sujeto burlón y perverso, sombra y humo, ya no está.
Manuel V. Segarra Marzo 2010
martes, 20 de julio de 2010
Mi porte desenfadado...
Mi porte desenfadado
y aquesta banda pomposa
bien gallardamente os dicen
que estuve en Flandes, señora.
Y si nobleza quisiereis
mirad cómo la pregona
la cruz que adorna mi pecho
cual viviente ejecutoria
de que es hidalga mi sangre
y es mi prosapia famosa.
Llevado de nobles ansias
dejé mi vieja casona,
he corrido muchas tierras
en pos de lides heroicas,
y derramando mi sangre
y acrecentando mi honra
he cosechado mil lauros
pero ninguna derrota.
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