
Areté bebe su infusión a sorbos pequeños y escucha. Sabe escuchar mucho y bien. A veces asiente con gestos y a veces, pocas, pregunta. Tiene siempre, o tenía, un aire distante que de lejos la hacer parecer fría y tajante. Una reina.
Llega la tarde, otra, entre sorbos de infusión y de café bien negro y bien caliente. Hace calor aunque, de vez en cuando, la brisa alegra las ramas de las palmeras de esta plaza vieja con fuente más vieja aún y con trenza joven. Tarde de verano. Otra.
Areté transmite calma entre sorbo y sorbo. Y hacía falta calma este verano que ha sucedido a los años de aquel otoño, negro a veces, cuajado de medias realidades. Escucha y habla sin variar su porte de reina. Ella dice que es aburrida, pero puede que no tanto. No, no lo es.