lunes, 1 de octubre de 2012

LA IMAGEN DE PIEDRA (IV)


         A Herein no le gustaba Gudur. Pasaba muchas veces por delante de la casa pequeña o se quedaba mirando desde la esquina de la calle quebrada. A veces, cuando salía con Muruma al mercado, Gudur las seguía. Muruma se reía.
         Desde la muerte de su madre, tres años ya, vivían cada vez tiempo en la ciudad, en la casa pequeña. No iban mucho a la casa grande y Herein echaba de menos el remanso del río, los caballos. Echaba de menos a su madre. Muruma la peinaba, pero no era igual. Le hubiese gustado volver, pero su padre prefería que se quedasen en la ciudad. Eran malos tiempos, decía, y en la casa pequeña estaban más seguras. Su padre sí iba. Tenía que encargarse de la tierra, de los animales, de controlar a los hombres, de vigilar las lindes.
         Para Herein, lo único bueno que tenía la ciudad era que allí estaba su amiga Teneladin. Ya no jugaban como antes, pero hablaban mucho. Hablaban de las cosas nuevas que había en la tienda del griego Focas o de los chismes que se contaban de Melicertes o del vestido que se estaba cosiendo Teneladin.
         Un día, Gudur y otro hombre fueron a la casa pequeña. Querían hablar con el padre de Herein y a ella la mandaron fuera con Muruma.
         -¿Qué pasa, Muruma? ¿A qué han venido?
         La mujer le contó que estaban concertando su matrimonio.
         -Seguramente te casarás con Gudur.
         A Herein no le gustaba Gudur. Era alto y guapo y tenía el pelo negro. Su padre era el jefe del clan de los Lobos, pero no le gustaba. No le gustaba cómo la miraba, ni cómo sonreía.
         Gudur y el otro hombre salieron de la casa. La miraron un instante y se fueron.
         -Gudur es joven y fuerte –decía Muruma-. Será un buen esposo.
         -Pero a mí no me gusta Gudur.
         -Te acostumbrarás.
         Herein no lo creía. Se acordaba de su madre, de la risa tonta que le entraba cuando su padre le hacía cosquillas. Ella no se imaginaba riéndose así con Gudur. Entraron en la casa. Su padre daba grasa a unas botas y sonrió cuando entraron.
         -Padre, Muruma dice que tengo que casarme con Gudur de los Lobos.
         -Ya veremos. Aún es pronto.
         -A mí no me gusta Gudur.
         -No es pronto, señor –intervino Muruma-. Herein tiene ya doce años.
         -Aún es una niña –decía su padre sonriendo.
         -No lo es, señor –insistía Muruma-. Hace tiempo que tiene la sangre.
         Su padre la miraba y veía la ansiedad y la súplica en sus ojos.
         -¿No te gusta Gudur?
         Ella negaba enérgica con la cabeza.
         -No me gusta.
         Su padre asentía sonriendo aún más. Miraba a Muruma y sentenciaba.
         -Aún es pronto.

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