Desafíos
A veces había revuelo. Sobre todo, al
inicio de la primavera. Los hombres de la torre del norte llegaban a uña de
caballo y la gente ya sabía de qué se trataba. Empezaban las carreras y los
gritos y no pasaba mucho tiempo antes de que las murallas se llenasen de
guerreros.
Más hombres armados salían de la ciudad
y formaban ahí delante, en la llanura. Eran muchos. Trescientos o
cuatrocientos. Quizá más.
A pesar de todas las recomendaciones en
contra, mucha gente subía a la muralla solo para ver.
Salía el régulo de la ciudad y se
colocaba al frente de los hombres de la llanura.
Se les oía llegar. Dejaban atrás el
bosque de palmas y se colocaban frente a los guerreros de la ciudad que
aguardaban. Unos y otros podían estar horas observándose, amagando hacia un
lado u otro, amenazándose.
El régulo sabía que la ciudad era
fuerte y conocía el oficio de la guerra. Prefería esperar. Los de enfrente se
movían hacia la izquierda y él mandaba allí a los jinetes de Parpax. Los otros
reforzaban el centro y el régulo reforzaba las alas.
La ciudad era fuerte. Posiblemente era
la más fuerte en mucho territorio a la redonda. Tenía murallas altas y gruesas
y muchos guerreros. Y cuando los otros se daban cuenta de esa fuerza terminaban
por desistir. Mandaban a alguien al centro de la llanura y hablaban con el
régulo. Luego se retiraban vigilados de cerca.
El mismo juego de fuerza se repetía de
tanto en tanto, sobre todo al inicio de la primavera. Desde el norte y desde el
oeste. Tierras duras y escasas en muchas cosas, mientras que en la costa tenían
grano, ganado, de todo. Pero también había guerreros y no era sencillo
apoderarse de eso.
-Si no es por sorpresa, es difícil
conquistar esta ciudad –decía Adelamos.
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