El griego
Pero que tonto era. ¿Cómo podía ser tan
tonto? ¿Cómo podía decir aquellas cosas? Es que era tonto de verdad. Iba a la
casa pequeña y hablaba con su padre. A veces le decía cosas y Herein se reía.
Llegó hacía ya algún tiempo y era
griego, decía. También decía que era escultor y que había estado en Atenas. Se
llamaba Agilas aunque algunos le conocían como Androkles.
Hizo amistad con el padre de Herein y
algunos días iba a la casa. A ella empezaron a gustarle las historias que
contaba de Atenas y de Esparta, y de otros sitios, aunque no supiese donde
estaban aquellos lugares. También hablaba de Mainake, de Gadir, de Arse, de
Mastia, de muchos sitios. Era divertido y le decía cosas. Qué tonto era.
-Demasiados karchedonios al sur
–decía-. Desde que los romanos los echaron al mar de una patada en el culo,
andan con ganas de meterse aquí.
Adelamos le preguntaba.
-Son fuertes –respondía el griego-.
Sobre todo, en el mar. Tienen muchos barcos. También su ejército es fuerte,
pero no tanto. Yo no soy ningún strategos, pero intuyo que vendrán aquí. Ya hay
muchos al sur del Taderos, en Gadir y en Mainake.
A Herein no le gustaban las historias
de karchedonios.
-¿Son guapas las griegas?
-Mucho –respondía el escultor. Y añadía
con un guiño-, pero no tanto como tú.
Qué tonto era.
-Ya sabes cómo son las griegas –gruñía
su padre-. Las ves todos los días.
En la ciudad había varias familias,
mercaderes sobre todo, y de tanto en tanto arribaba algún barco a la bahía.
-Pero no es lo mismo –replicaba Herein.
Muruma escuchaba y movía la cabeza.
-¿Cómo es Atenas?
-Grande. Es la ciudad más grande que he
visto.
-¿Más grande que esta?
-Más de doce veces más –respondía
Agilas-. Es enorme. Arriba del todo está el templo de Atenea con unas columnas
que dos hombres no pueden abarcar. Y hay una estatua de la diosa más alta que
las murallas de ahí detrás. Allí están los mejores escultores.
-Y ¿por qué no te has quedado allí?
-Porque yo no soy de los mejores. En
Atenas no pasaría de ser poco más que un cantero.
Lo decía riéndose y a Herein le hacía gracia
la poca importancia que se daba.
-¿Tienes trabajo ahora? –preguntaba
Adelamos.
-Un encargo nada más. Tus paisanos no
tienen demasiada afición por la piedra tallada.
Y encogía los hombros en un gesto de
resignación poco convincente.
-Te quedas a comer con nosotros, ¿verdad?
–preguntaba Herein. Y Muruma suspiraba y negaba con la cabeza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario