El reflejo
Muy de tarde en tarde, Dama Cuta salía
y recorría las calles. Intentaba hacerlo como una persona más, pero no era
posible. ¿Cómo iba a serlo si llevaba delante una escolta de dos guerreros? Iba
acompañada de un sacerdote y de dos o tres mujeres. Una llevaba un parasol y
las otras un cesto y un odre mediano con agua.
En ocasiones se le unía el régulo con
su propia escolta y entonces ya no había modo de estar en la calle.
Herein estaba en la puerta con
Teneladin. Su amiga le contaba que Gago de los Lobos la pretendía. También la
pretendían Ilortes y Alamenes que eran del clan de los Jabalíes.
Teneladin empezaba a ser muy hermosa.
Era natural que los guerreros jóvenes se fijasen. Herein tenía un poco de
envidia. No porque la pretendiesen, si no porque su amiga empezaba a ser muy
hermosa. Lo decían todos. Hasta Muruma lo había dicho.
-Esa Teneladin se está volviendo una
mujer muy hermosa. Sus padres tendrían que pensar en casarla cuanto antes.
Todos decían que su amiga era hermosa.
De ella no decían nada. Hasta Gudur, que continuaba mirando a veces
desde la esquina de la calle quebrada, parecía haberse fijado.
Oyeron el rumor que venía de la calle
ancha y poco después aparecían Dama Cuta y todos los demás. Se asustaron un
poco y a Teneladin le dieron ganas de meterse en su casa, pero se quedaron
allí.
Dama Cuta se detuvo ante ellas y miró a
Herein.
-Eres la hija de Adelamos Harara –dijo.
No era una pregunta.
Herein asintió primero con la cabeza.
-Soy Herein Harara, hija de Adelamos
Harara, jefe del clan de los Caballos.
-Si, ya sé. Y tú eres la niña del
reflejo. ¿Cuántos años tienes ya? ¿Catorce?
-Casi quince.
Dama Cuta movió la cabeza, pero no dijo
nada más. Se marchó calle abajo con su escolta, con el sacerdote y con las
mujeres.
Herein se llevó la mano al colgante. No
se había deshecho de él. Era el recuerdo de la última vez que vio viva a su
madre. Cinco años, casi seis. Las piernas forradas de hierro, el guerrero
muerto a su lado, los gritos y su madre tendida en el suelo.
Dama Cuta había visto todo aquello
desde la muralla y se acordaba de ella.
Teneladin temblaba de emoción.
-Dama Cuta te ha hablado –decía. Ya no
se acordaba de Gago, ni de Alamenes, ni de Ilortes. De nadie.
-Dama Cuta te ha hablado –repetía.
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