sábado, 9 de enero de 2010

Eea


Risas. Risas de noche. Risas apagadas al fondo de la calle. Risas de mujer joven al fondo de la única calle de Eea.
Ya no estoy en Eea. He vuelto al mar y al continente, a la búsqueda permanente de Ítaca, al reencuentro imposible con la imposible Penélope.
Por un momento pensé en quedarme en Eea y olvidarme de Penélope.
En Eea estaba Circe.
Eea y Circe. No es posible concebir una sin la otra. Eea, la isla donde un año es un día. Circe, la maga que convierte a los hombres en cerdos. Circe reina de Eea y un día que es un año.

Pensé en quedarme, pero no lo hice. La isla ya no es mágica. Está llena de turistas, de sombrillas y hamacas, de sombreros ridículos y de biquinis. Antes era mágica; ahora es un asco lleno de tubos metálicos, de cables, de zanjas para nuevas conducciones y para nuevas construcciones.
A la mañana siguiente a la noche que se llevó un año, Circe me lleva a una cala desierta. Tan desierta que pronto se llena de adolescentes gritones acompañados de algún adulto peludo como un oso. Todos miraban de reojo las nalgas rotundas y los pechos firmes de la maga que, de vez en cuando, resoplaba con fastidio. Las calas desiertas de la isla están llenas.
Pero, ¿qué otra cosa se podía esperar si Circe usa biquini y el mismo Odiseo lleva camiseta y bebe cerveza?
La isla ya no es mágica. Los derrelictos ya no son de navíos que perdieron su condición contra las rompientes atraídos por el canto de las sirenas. Ahora son plásticos informes, botes de refrescos y frascos de bronceador. Las ninfas ya no van desnudas ni cosquillean con malicia inocente el sexo de los sátiros. Ahora se mueven con aire de fastidio entre las mesas de los restaurantes y las terrazas, bayeta en una mano y bandeja en la otra, esperando que alguien pida un plato combinado o unos calamares. Ya no hacen el amor a la sombra de un laurel porque tampoco quedan laureles, si es que los hubo alguna vez. Ahora están hartas de la isla y se comprometen con algún programador de informática que vive en el continente. ¡Hay que joderse!
La noche que se llevó el año. Noche de susurros, de deseos frustrados y de deseos cumplidos. De embustes mutuos. Odiseo, de pie, ridículo con sus calzoncillos rojos estampados y con el miembro erguido. Circe, tumbada en una cama que no era la suya.
En realidad, Circe no estaba. Aparcó su cuerpo en la cama de Odiseo y salio volando, o soñado, que tanto da, camino de… ¿yo qué sé?
La noche que se llevó un año. Tan artificial como los viejos marinos, piratas, contrabandistas, pescadores sentados en la terraza del restaurante, alardeando de viejas capturas y de aún más viejas conquistas, acercándose con cualquier excusa para mirar de cerca las tetas generosas de Circe apenas veladas por la tela blanca. Tentativas de conquista frustradas entre platos sucios, restos de pan y raspas de sardinas cobradas al precio de marisco fresco.
El día siguiente a la noche que se llevó el año salí a recorrer la isla. Lejos de las sombrillas, el bronceador y el olor de los fritos. Y, a los tres pasos, la imagen de Penélope. Pensaba quedarme en Eea, pero acudía a la mente la invitación al retorno a Ítaca. ¿Dónde coño está Ítaca? ¿Dónde está Penélope?
Circe permanecía detrás de mí. Sabía que yo no estaba allí del mismo modo que ella no estaba la noche anterior. Me miró sonriendo forzada mientras me alejaba saltando de roca en roca. Hubiese deseado que estallase una tormenta, que restallasen otra vez las almas surgidas del Purgatorio para gritar por encima del fragor. ¡Nadie puede acabar con Odiseo porque Odiseo es inmortal!
Y Circe de nuevo. Por un momento, por muchos momentos, volví a desear a la terrible maga que convierte a los hombres en cerdos. Carne rotunda y mirada oscura. Temblores de deseo contenido.
Entonces, ¿cómo pudo pasar? Sonó el teléfono móvil de Circe. Si. En Eea también hay móviles. Y Circe cambió de expresión y comenzó a hablar mientras me alejaba añorando la presencia imposible de Penélope.
La maga dejó de hablar y me llamó, pero yo seguí saltando de roca en roca hasta quedar frente a un peñasco plagado de gaviotas. ¿Dónde coño está Ítaca? ¿Dónde Penélope?
Regresamos. Circe volvía a sonreír y se empeñaba en volver al continente.
Dejamos Eea atrás. Circe ya no es su reina. Y durante la marcha, a bordo, de espaldas a la isla, me parece ver una sombra de abandono en los ojos de la maga.
Circe ya no es la reina de Eea y Eea ya no es mágica.
Eea ya no es lo que era.
Ahora sólo es Tabarca.

Manuel V. Segarra. Junio 98

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