Ya está terminada la novela que comenzó con aquellos primeros capítulos de Boudica. El título definitivo es LA REINA IMPOSIBLE.
Si todo va bien, y es de esperar que así sea, el volumen verá la luz a principios de la próxima Primavera.
Y ahora, después de algún tiempo sin publicar nada, en breve volverán las entradas a esta página.
sábado, 24 de diciembre de 2011
viernes, 21 de octubre de 2011
AVISO PARA NAVEGANTES
Con la entrada Boudica VII, que, por cierto, está
incompleta,doy por cerrada la publicación de esta historia
en el blog.
La novela completa se publicará en breve en papel.
Muchas gracias a quienes la habéis seguido.
incompleta,doy por cerrada la publicación de esta historia
en el blog.
La novela completa se publicará en breve en papel.
Muchas gracias a quienes la habéis seguido.
lunes, 4 de julio de 2011
Boudica VII
Cayo Suetonio Paulino
El gobernador de Britania, Cayo Suetonio Paulino mira hacia el Oeste. Mira más allá de los alojamientos de los legionarios y del vallum que circunda el acuartelamiento. A su lado hay un centurión ya entrado en años. Quizá sea más viejo que el propio gobernador. Desde luego, su rostro está tan curtido que parece estar hecho con el mismo cuero que cubre los escudos. Sostiene en la mano izquierda la vara de vid, símbolo de su cargo. Muchos centuriones prefieren dejarla en sus alojamientos, pero éste es de la vieja escuela.
-¿Cuántos años llevas en la legión? –pregunta Suetonio Paulino.
-Pronto hará cincuenta, señor.
El gobernador de Britania, Cayo Suetonio Paulino mira hacia el Oeste. Mira más allá de los alojamientos de los legionarios y del vallum que circunda el acuartelamiento. A su lado hay un centurión ya entrado en años. Quizá sea más viejo que el propio gobernador. Desde luego, su rostro está tan curtido que parece estar hecho con el mismo cuero que cubre los escudos. Sostiene en la mano izquierda la vara de vid, símbolo de su cargo. Muchos centuriones prefieren dejarla en sus alojamientos, pero éste es de la vieja escuela.
-¿Cuántos años llevas en la legión? –pregunta Suetonio Paulino.
-Pronto hará cincuenta, señor.
viernes, 1 de julio de 2011
Ejercicio
(Fragmento de la novela "Cajas de guerra", tercera de la trilogía "Acero del Rey")
El tercio de Juan Arévalo de Sotomayor estaba listo. Durante toda la jornada, para desesperación de los milites, las compañías habían evolucionado sobre la llanura, cargaron y contra cargaron, formaron cuadros defensivos erizados de picas en el frente, se desplegaron en mangas y se replegaron el orden. Los capitanes gritaban las órdenes a sus sargentos y estos las aullaban a la tropa.
¡Arma prevenida!
Y los piqueros aferraban el astil de las picas y, con movimientos precisos encaraban un erizo de puntas de hierro frente a las cornetas de caballería que cargaban sobre ellos.
¡Mangas de arcabuces en las alas! ¡Coseletes al frente! ¡Hueco para los mosquetes!
Y se disparaba alguna salva sin bala; no muchas, porque la pólvora no abunda tanto como uno quisiera, pero sí las suficientes para impresionar al cada vez más nutrido público que salía al llano a ver el ejercicio.
martes, 28 de junio de 2011
Boudica VI
La brecha en la cabeza
Apenas ha cambiado el gesto Boudica en todo el tiempo. Sólo gritó una vez. Justo cuando el centurión Cayo Flaminio Cota caía por la ladera con la cabeza sangrando. Quedó inmóvil allá abajo. La maleza cubría casi todo su cuerpo y sólo se veían los pies. No se movían.
-¿Está muerto? –preguntaba Teserago.
-Seguro que lo está –respondía Dumeges. Y mostraba la piedra ensangrentada que aún portaba en la mano.
-Habría que asegurarse.
Hay una buena caída hasta el cuerpo. La ladera es empinada y está cubierta de matorrales. Dumeges duda. ¿Bajar? El romano no ha podido sobrevivir. Él mismo le ha abierto el cráneo con la piedra. La cabeza sangró tanto que salpicó la cara de Dumeges. Cayó por la ladera golpeándose con todo.
-Seguro que está muerto –insiste.
Teserago asiente, pero no está tan seguro. Intuye que el romano puede estar aún con vida. Una brecha en la cabeza es escandalosa, pero no necesariamente mortal. Tal vez esté con vida, pero quizá muera pronto. Y aunque no muera tardará en recuperarse. Para entonces, ellos ya estarán lejos.
-De acuerdo –admitía Teserago-. Vámonos.
Hubo que dar un tirón del brazo de Boudica. Ella se había quedado con los ojos puestos en la ladera.
sábado, 28 de mayo de 2011
Boudica V
La mujer que tose
Boudica abre los ojos y le cuesta recordar dónde se encuentra. Hay poca luz; la que entra por un ventanuco que se abre muy cerca del techo. El suelo no está duro, pero es porque no es el suelo. Se halla tumbada sobre un camastro sencillo, pero cómodo. Al menos, más cómodo que cualquiera de los lugares en los que ha tenido que dormir desde… El lugar es cálido y agradable. El tacto de la manta que la cubre es suave y hasta el aire parece que huele bien; tan bien como su cabello que ha dejado de ser una maraña de algo parecido a una planta de espinos y ha recuperado su color normal.
Recuerda poco de la noche anterior. Estaba agotada, completamente agotada. Cayó varias veces rendida. Lo pies sangraban y el romano no se detenía. Parecía querer llegar cuanto antes. Durante la jornada se habían tropezado con otra patrulla, más numerosa que la anterior.
miércoles, 20 de abril de 2011
Días de salsa china I.c
Cena
Cardo no estaba especialmente a gusto. No era de extrañar teniendo en cuenta que prefería estar en otro lugar.
A decir verdad, tampoco estaba tan mal porque la cena había tenido buen ambiente, buena comida y hasta buena conversación. Quizá habría estado aún mejor si sus compañeros de mesa no se hubiesen metido tanto con su reciente afición a Marola. “La niña esa” la llamaban a pesar de sus protestas.
Cardo no estaba especialmente a gusto. No era de extrañar teniendo en cuenta que prefería estar en otro lugar.
A decir verdad, tampoco estaba tan mal porque la cena había tenido buen ambiente, buena comida y hasta buena conversación. Quizá habría estado aún mejor si sus compañeros de mesa no se hubiesen metido tanto con su reciente afición a Marola. “La niña esa” la llamaban a pesar de sus protestas.
En el confín
Debajo del emparrado hay algo de sombra. No mucha, pero sí lo suficiente para que Teofila Maledes pueda resguardarse del sol de plomo de mediados del verano. Tiene, además, la piel muy blanca, como corresponde a las mujeres de su clase, y ya ha sufrido en exceso en la travesía desde Constantinopla. Mira el edificio que tiene delante y las palmeras que emergen al otro lado y que se extienden más allá del río hasta perderse en las ondulaciones de las colinas. Una mujer, junto a ella, le susurra algo y asiente. Ha llegado el momento de marcharse.
No estaba prevista esta escala, como tampoco lo estaban la de Barcino ni la de Valentia. Pero algo pasaba con la nave. Desperfectos que no tenían demasiada importancia, decían los tripulantes, pero que era mejor reparar.
Teofila Maledes tenía negocios al sur, en Gades, pero no le gustaba viajar, y menos aún tan lejos de Constantinopla. Los administradores se encargaban de todo y le pasaban las cuentas correspondientes, pero cada pocos años se ponía la obligación de inspeccionarlo todo por sí misma.
Habían atracado en un lugar que llamaban Portus Illicitanus, pero para Teofila Maledes, lo mismo que para su secretario, sus dos sirvientas e incluso para los escoltas, lo de “puerto” era un título demasiado grande para aquel sitio. Puede que tiempo atrás lo fuese, pero en ese momento era poco más que un resguardo para pescadores. Claro que ellos venían de Constantinopla y cualquier cosa podía parecer demasiado pequeña o demasiado miserable para los ciudadanos de la capital oriental.
lunes, 14 de marzo de 2011
Días de salsa china I.b
La plaza de los aligustres y los dos años
Marola resultaba ser tan encantadora como Cardo había intuido. Algo completamente nuevo. Escuchaba, hablaba, era atenta, graciosa… Era un tópico, pero hasta ese momento no había conocido a nadie como ella. Le gustaba. ¡Vaya si le gustaba!
Cardo iba a verla y se citaban en la plaza mayor, en una terraza frente a la iglesia, junto a unos árboles de hojas que siempre le parecían amarillas aunque puede que fuesen verdes.
Una tarde le preguntó qué clase de árboles eran.
-No lo sé –respondió Marola.
-Yo diría que son aligustres –apuntó él. No entendía de árboles, ni de plantas en general, pero se le antojaba que parecían aligustres.
Una tarde le preguntaron a un camarero.
-Les llaman falso plátano –respondió el otro.
Un pequeño chasco. Pero la plaza de los falsos plátanos no sonaba ni medianamente bien, así que ambos decidieron que seguiría siendo la plaza de los aligustres.
En la comarca hay muebles, alfombras, zapatos y uva. Hay mucha uva en el pueblo y Marola tenía días enteros de limpiar racimos.
jueves, 3 de marzo de 2011
Boudica IV
La zorra britana
Boudica siente que no puede dar un paso más. Parece que las rodillas van a desmontarse de un momento a otro y tiene los pies hinchados y a punto de llagarse. El dogal le ha hecho una escocedura en el cuello que quema con cada movimiento. Pero lo peor es el pómulo. Creyó que le estallaba la cabeza cuando el romano le cruzó la cara.
Apareció de repente, con la espada goteando sangre en la derecha y con el brazalete de hierro de Boergeles en la izquierda. Boergeles estaba muerto. Sólo así habría consentido en que le arrebatasen el emblema familiar.
El romano se acercó a Boudica y dejó caer el brazalete. Luego señaló el gladio que ella aún aferraba contra sí y dijo:
-Esa espada es mía.
Boudica siente que no puede dar un paso más. Parece que las rodillas van a desmontarse de un momento a otro y tiene los pies hinchados y a punto de llagarse. El dogal le ha hecho una escocedura en el cuello que quema con cada movimiento. Pero lo peor es el pómulo. Creyó que le estallaba la cabeza cuando el romano le cruzó la cara.
Apareció de repente, con la espada goteando sangre en la derecha y con el brazalete de hierro de Boergeles en la izquierda. Boergeles estaba muerto. Sólo así habría consentido en que le arrebatasen el emblema familiar.
El romano se acercó a Boudica y dejó caer el brazalete. Luego señaló el gladio que ella aún aferraba contra sí y dijo:
-Esa espada es mía.
miércoles, 23 de febrero de 2011
Cajas de guerra
CAPÍTULO I
Retorno
No era ni media mañana cuando María del Carmen abrió los ojos. Además de tener el sueño bastante ligero, notaba un poco de frío a pesar de las tres mantas con que se cubría. Terminó de despertarse cuando vio que Lapiedra estaba ya completamente vestido y miraba por la ventana abierta. De ahí el frío, claro. La moza, no tan moza en realidad porque se acercaba ya a la treintena, se preguntaba qué motivo tan importante habría tenido Lapiedra para levantarse de la cama, con lo bien que se estaba debajo de las mantas, y ponerse a mirar por la ventana. Y, encima, con la ventana abierta. Pero si ahí fuera no había nada que aquel hombre no conociese de memoria y, además, tampoco era la cosa tan bonita de ver. Allá enfrente, a unas pocas cuerdas, la torre; entre la taberna y la torre, las casas de los pescadores; más allá, la sierra. Al otro lado estaba la playa y el mar, pero tampoco María del Carmen, que veía aquello todos los santos días, creía que fuese tan interesante como para levantarse antes de mediodía y abrir la ventana de par en par. Y menos aún con el frío que hacía.
Retorno
No era ni media mañana cuando María del Carmen abrió los ojos. Además de tener el sueño bastante ligero, notaba un poco de frío a pesar de las tres mantas con que se cubría. Terminó de despertarse cuando vio que Lapiedra estaba ya completamente vestido y miraba por la ventana abierta. De ahí el frío, claro. La moza, no tan moza en realidad porque se acercaba ya a la treintena, se preguntaba qué motivo tan importante habría tenido Lapiedra para levantarse de la cama, con lo bien que se estaba debajo de las mantas, y ponerse a mirar por la ventana. Y, encima, con la ventana abierta. Pero si ahí fuera no había nada que aquel hombre no conociese de memoria y, además, tampoco era la cosa tan bonita de ver. Allá enfrente, a unas pocas cuerdas, la torre; entre la taberna y la torre, las casas de los pescadores; más allá, la sierra. Al otro lado estaba la playa y el mar, pero tampoco María del Carmen, que veía aquello todos los santos días, creía que fuese tan interesante como para levantarse antes de mediodía y abrir la ventana de par en par. Y menos aún con el frío que hacía.
jueves, 17 de febrero de 2011
Días de salsa china I.a
Conferencia y terraza
Hacía buena temperatura, nada raro en verano, y Cardo fue a buscar a Marola. Aparcó donde pudo y fue hacia la plaza que le habían indicado.
Un rato antes, Cardo había llamado a Nereida. Es que no tenía el teléfono de Marola.
-¿Qué hacéis?
-Nada –respondió Nereida-. ¿Quieres hablar con mi hermana?
-Me gustaría.
Se puso Marola. Estaba preparándose para ir a una conferencia sobre el Románico.
-¿Puedo ir? –preguntó Cardo.
-¿Te interesa el Románico?
-Bueno...
-Pues vas a tener que darte prisa. La conferencia empieza en quince minutos.
-Voy para allá. Llego en diez minutos. ¿Dónde es?
-No lo vas a encontrar. Mejor te espero en… ¿Sabes dónde está el Ayuntamiento?
-Lo encuentro.
-Te espero a la puerta.
Hacía buena temperatura, nada raro en verano, y Cardo fue a buscar a Marola. Aparcó donde pudo y fue hacia la plaza que le habían indicado.
Un rato antes, Cardo había llamado a Nereida. Es que no tenía el teléfono de Marola.
-¿Qué hacéis?
-Nada –respondió Nereida-. ¿Quieres hablar con mi hermana?
-Me gustaría.
Se puso Marola. Estaba preparándose para ir a una conferencia sobre el Románico.
-¿Puedo ir? –preguntó Cardo.
-¿Te interesa el Románico?
-Bueno...
-Pues vas a tener que darte prisa. La conferencia empieza en quince minutos.
-Voy para allá. Llego en diez minutos. ¿Dónde es?
-No lo vas a encontrar. Mejor te espero en… ¿Sabes dónde está el Ayuntamiento?
-Lo encuentro.
-Te espero a la puerta.
sábado, 12 de febrero de 2011
Días de salsa china I
MAROLA
Verano de mucho calor
Mediaba la tarde de un agosto agobiante, como todos los agostos en estos lugares.
Días de fiesta mayor y la plaza bullía a medias. Las palmeras dan poca sombra.
El mercadillo ofrecía abalorios, artesanía, reproducciones más o menos acertadas de piezas arqueológicas, recuerdos de la ciudad, algo de bebida y libros. Los mercaderes, ataviados con algo parecido a túnicas y capas, se esforzaban con diferente fortuna en darle a aquello un aire de foro romano o de ágora griega. Claro que las gafas, en más de uno absolutamente necesarias, algún reloj despistado y el propio aire festivo del acontecimiento, a lo que no era completamente ajeno aquel mejunje de vino y miel, restaban bastante crédito al acto. Tampoco importaba tanto, decían los menos rigoristas. Al fin y al cabo eran fiestas.
Marola, pantalón vaquero y el pelo muy negro y muy corto, miraba hacia todas partes. Más que acompañarla, la escoltaba un gigante moreno de aire tranquilo, como todos los grandullones. Tal vez no era tan gigante, pero lo parecía al lado de Marola. Junto a ella iba su hermana Nereida. Parecía ir buscando algo.
Verano de mucho calor
Mediaba la tarde de un agosto agobiante, como todos los agostos en estos lugares.
Días de fiesta mayor y la plaza bullía a medias. Las palmeras dan poca sombra.
El mercadillo ofrecía abalorios, artesanía, reproducciones más o menos acertadas de piezas arqueológicas, recuerdos de la ciudad, algo de bebida y libros. Los mercaderes, ataviados con algo parecido a túnicas y capas, se esforzaban con diferente fortuna en darle a aquello un aire de foro romano o de ágora griega. Claro que las gafas, en más de uno absolutamente necesarias, algún reloj despistado y el propio aire festivo del acontecimiento, a lo que no era completamente ajeno aquel mejunje de vino y miel, restaban bastante crédito al acto. Tampoco importaba tanto, decían los menos rigoristas. Al fin y al cabo eran fiestas.
Marola, pantalón vaquero y el pelo muy negro y muy corto, miraba hacia todas partes. Más que acompañarla, la escoltaba un gigante moreno de aire tranquilo, como todos los grandullones. Tal vez no era tan gigante, pero lo parecía al lado de Marola. Junto a ella iba su hermana Nereida. Parecía ir buscando algo.
miércoles, 12 de enero de 2011
Boudica III
La sombra del cuervo
Boudica Deambula de un lado a otro sin saber dónde ir ni dónde mirar. Hay escombros por todos lados. Los mismo escombros que causó su horda al pasar por Londinium no hace tanto tiempo. Hay escombros, restos calcinados, hedor a excrementos, a orines, a carne en descomposición.
Hace apenas veinte días, el lugar por el que deambula Boudica de los icenos, Boudica de Britania la llamaban muchos, era un lugar animado por el comercio. Era una ciudad rodeada de villas romanas comparables a las de Italia. Ahora es una ruina.
Mataron poco los guerreros de Boudica en Londinium. Suetonio Paulino había hecho evacuar la ciudad poco antes de la llegada de los britanos. Aún así hubo mucha sangre, incendios y saqueos. Quizá si aquello no se hubiese producido ahora la reina de los icenos no deambularía de un lado a otro, ni iría vestida de harapos, ni tendría los pies llagados, ni el cabello parecería de esparto.
Dos días enteros, o quizá más, estuvieron los britanos saqueando Londinium. Era una ciudad grande. Dos días que, sin pretenderlo, dieron de ventaja a los romanos que huían. Suetonio Paulino pudo reunirse con sus legionarios y elegir el terreno que más le convenía para presentar batalla. Si no se hubiese saqueado Londinium, Boudica habría dado alcance al romano y ahora aquel estaría muerto y ella seguiría siendo la reina de los britanos.
Boergeles la mira con un gesto que quiere ser de resignación, pero que se parece al desprecio. Más de una vez ha pensado en abandonar a Boudica. Lleva días pensándolo. Aún no sabe qué es lo que se lo impide. Tal vez la certeza de saber que, sin él, ella ya habría muerto.
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